Valladolid, una ciudad de leyendas

     El otro día mi gente fue de visita a la ciudad. Era un paseo guiado de la mano experta de la no menos experta y culta Paz Altés Melgar. Se trataba de descubrir en rincones de Valladolid aquellas huellas que el tiempo y la historia han dejado ahí, semiocultas, en forma de leyendas, casi olvidadas, poco conocidas pero con muchos visos de haber ocurrido.

     No hay fantasmas en mi ciudad, tampoco creo en ellos, pero a la vista de lo que me contaron luego, parece que sí los hubo en el pasado. ¡Mira que si aún están por estos espacios haciendo de las suyas!

     Os dejo esto que fue lo que Paz Altés les relató, lo que disfrutaron viendo y oyendo y paseando, mientras la ciudad se desperezaba de la siesta en un día soleado de este otoño.



Un paseo por el Valladolid "de leyenda" Cuatro mágicas historias de nuestro pasado
Jueves 21 de octubre de 2010
16.30 h I punto de encuentro: Plaza de San Pablo, esquina Palacio de Pimentel Duración aprox.: 2 horas
Itinerario: Plaza de San Pablo - Puente Mayor - Palacio de Fabio Nelli - Campo Grande

La leyenda del bautizo del Rey Felipe II



En el siglo XVI, la plaza de San Pablo y sus zonas aledañas eran el centro neurálgico de la villa de Valladolid. La vida cortesana se desarrollaba en esta zona, flanqueada por los edificios más emblemáticos de aquel momento.
Un noble de la época Bernardino Pimentel y Enríquez, marqués de Tábara, consiguió por aquellos años comprar uno de los palacios del entorno, hasta entonces propiedad de otro noble: el marqués de Astorga.
Se trataba de uno de los palacios mejor situados, a un paso del convento de San Pablo; por eso, el emperador Carlos I (o Carlos V, padre de Felipe II) lo eligió como residencia (el Palacio Real no existía aún y el rey no tenía casa propia en Valladolid) y en él estaba alojado junto a su esposa, Isabel de Portugal, y su personal de servicio, cuando se produjo el nacimiento de Felipe II, el día 21 de mayo de 1527.
En el palacio de Pimentel (hoy sede de la Diputación Provincial de Valladolid) los preparativos para el bautismo del recién nacido, príncipe heredero, comenzaron de inmediato. y la primera cuestión a decidir fue "en qué iglesia" tendría lugar el acontecimiento.
La presunta "duda" (origen de la leyenda) estuvo en si elegir la iglesia de San Martín, que sí era parroquia, pero su condición era ciertamente humilde; o elegir la iglesia del flamante y señorial convento de San Pablo, a pesar de no ostentar función parroquial alguna. No obstante, si se hubiese tratado de dilucidar entre "dos parroquias", el debate hubiese estado entre San Martín y San Benito "El viejo", colindante a la Casa del Sol (palacio del marqués de Gondomar). Pero no. El tema no era ese; la cuestión era que el templo que 'acogiese la gran ceremonia de un bautizo tan importante debía "estar a la altura".
La leyenda cuenta que si el niño y su "comitiva bautismal" salían del palacio de Pimentel por la puerta principal que da a la entonces Corredera de San Pablo, la parroquia con competencia jurisdiccional habría sido la de San Martín; de ahí que los organizadores del evento se las ingeniaran para hacer salir al príncipe por la fachada este del palacio, aunque ello supusiera "sacarlo por una ventana". Se cuenta que la reja que protegía la ventana hubo de ser cortada y retirada parcialmente y que, posteriormente, para volverla a su estado inicial se utilizó "una cadena" que, además, sirve desde entonces para recordar el lugar por el que Felipe II "salió al aire libre por primera vez en su vida".
Por su parte, las crónicas históricas lo que nos transmiten es que, tan sólo 1 hora después de que se produjese el alumbramiento, el emperador Carlos cruzó hasta la iglesia del convento de San Pablo para dar gracias a Dios por su heredero (lo cual ya nos pone sobre la pista de qué templo tenía en mente el padre de la criatura ... ); y que los preparativos para erigir el pasadizo hasta la iglesia comenzaron también con mucha diligencia.

Se trataba de levantar un pasadizo que impidiera que la muchedumbre se abalanzase sobre la comitiva. Esta arquitectura efímera nacía del sexto o séptimo peldaño de la escalera principal del Palacio (no iba, pues, a ras de suelo) y salía del edificio por una de las ventanas bajas de la fachada que da a San Pablo. El pasadizo estaba cubierto de ramas y flores de muchos matices, rosas, limones, naranjas y otras frutas exquisitas y en los arcos triunfales se dispusieron muchos retablos e imágenes de bulto, préstamo del vecino Colegio de San Gregorio. El pasadizo entraba en la iglesia del convento de San Pablo y se dirigía hasta su altar mayor.
El "romper la reja" fue real pero el motivo no fue burlar la competencia jurisdiccional de la parroquia de San Martín, sino eliminar las barreras físicas que los operarios fueron encontrándose al abrirse camino para construir el pasadizo.
En el zaguán del palacio de Pimentel hay instalado un magnífico zócalo de 12 azulejos (fueron colocados entre 1939 y 1940; son obra del ceramista talaverano Juan Ruiz de Luna), que ilustran distintos pasajes de la historia de Valladolid. Dos de ellos se refieren, precisamente, al pasaje que acabo de narraros. Uno nos muestra cómo era el "pasadizo" y el otro representa el momento de la ceremonia bautismal, ya dentro de la iglesia


La leyenda del Puente Mayor 




Hasta 1865 (mediado el siglo XIX) este puente fue la única manera de cruzar el río Pisuerga a su paso por Valladolid. El Puente Mayor fue durante muchos siglos -tantos como ocho- un elemento urbano tan característico como lo es la torre de La Antigua o la fachada del convento de San Pablo.
Hoy en día, son 11 los puentes que unen las dos orillas del Pisuerga en este mismo tramo urbano:
De norte a sur:
Puente del Cabildo, Puente de Doña Eylo, Puente Mayor, Puente de Fernández Regueral (también "del Poniente"), Puente del Cubo (que toma su nombre de un viejo puente que atravesaba la Esgueva a la altura de la calle Doctrinos), Puente García Morato, Puente Colgante, Puente de El Corte Inglés, Puente de la División Azul, Puente de la Hispanidad…
Además de 1 pasarela peatonal que une Parquesol con la plaza de Juan de Austria. En estos momentos hay otra pasarela en construcción que arrancará desde el callejón de La Alcoholera... y 1 puente, sólo para tráfico rodado, recientemente inaugurado, que corresponde al paso de la Ronda Exterior Sur sobre el río.
Pero, como decíamos, esto no ha sido siempre así y esta precisa situación es la que ha ocasionado que en torno al Puente Mayor hayan surgido diversas leyendas que tratan de explicar lo que rodeó su construcción.
En 1872, una dama de nombre María de Feijóo escribió una leyenda en la que narraba que el mencionado Puente Mayor fue construido por orden de la condesa doña Eylo Alfonso, primera esposa de don Pedro Ansúrez, nombrado primer señor de Valladolid por el rey Alfonso VI, a finales del siglo XI. La leyenda cuenta lo siguiente:
En el transcurso de uno de los viajes que el Conde tenía que realizar, su esposa, doña Eylo permaneció en Valladolid acompañada de sus cinco hijos y de su fiel esclavo moro Mahomed. El moro Mahomed estaba profundamente enamorado de otra de las asistentes de la Condesa, llamada Zaida Fátima; pero los condes, sus señores, no veían con buenos ojos esta relación.
Así las cosas y ausente don Pedro, Mahomed decidió hacer algo que pusiera en su favor al Conde cuando éste regresara. El moro tuvo noticia de que la Condesa tenía grandes deseos de contar con un paso sólido sobre el río que le evitase tener que cruzarlo vadeando las zonas de poca profundidad y corriente, en balsas que no dejaban de ser incómodas y poco seguras. Mahomed puso manos a la obra y consiguió construir un puente de piedra, diseñándolo muy estrecho, con idea de que sólo pudiese atravesarlo a la vez un puñado de hombre y la población no quedase al pairo de incursiones y ataques enemigos.
Sin embargo, cuando don Pedro regresó a Valladolid, lejos de mostrarse contento y satisfecho por el trabajo de Mahomed y la estrategia aplicada en la construcción del puente, mandó llamar a un peregrino -que en aquel tiempo eran los grandes ingenieros de caminos- para que lo ensanchara. El peregrino, en principio "anónimo", resultó ser el caballero Hugo de Moneada, conde y señor de L1obregat; y, cuando la obra de ensanche del puente estuvo finalizada pidió a cambio al Conde Ansúrez la mano Zaida Fátima y se casó con ella (después de haber conseguido bautizarla...).
En 1892, Antonio Martínez Viérgol recogió por escrito una segunda leyenda sobre la construcción del Puente Mayor, que dice así:
En los siglos medievales, el gobierno local de la villa de Valladolid estaba repartido entre dos linajes (familias) llamadas "los de Reoyo" y "los de Tovar". Y sucedió que un joven perteneciente a "los de Tovar" se enamoró perdidamente de una joven que vivía al otro lado del río Pisuerga, junto a su padre, un viejo soldado. Un día, cuando el muchacho se dirigía a la cita con su amada, se encontró en el camino a un opositor suyo, perteneciente al linaje de Reoyo. Ambos se retaron a espada y el de Tovar hirió de muerte al de Reoyo.
Era una tarde de tormenta y el de Tovar, dispuesto a continuar con sus intenciones, se dispuso a cruzar el río Pisuerga para encontrarse con la bella Flor. Comprobó entonces que el viento y la lluvia habían dañado considerablemente su barca dejándola inservible y aquello le enfureció tanto que comenzó a blasfemar, maldecir y, finalmente, invocar a Satanás, prometiéndole que le entregaría su alma si le ayudaba en aquella situación.
La leyenda dice que en aquel preciso momento las aguas del río comenzaron a escupir una espuma roja que fue tomando la forma de un ser demoníaco que, en breves momentos, tendió un puente sobre el río Pisuerga para que el de Tovar pudiese atravesarlo. Pero cuando éste llegó a la otra orilla, el joven encontró a su amada Flor muerta, abrasada, calcinada. Aquel puente tendido por el Diablo sería el actual Puente Mayor...
La Historia real nos dice que el Puente Mayor fue efectivamente construido a instancias del matrimonio Ansúrez, en algún momento de finales del siglo XI; y que el ensanche y el refuerzo que se identifican al observar sus arcos, corresponden a siglos posteriores. 


La leyenda del "Sillón del Diablo" 




Estamos en el Palacio de Fabio Nelli. Se trata de un edificio de mediados del siglo XVI, para cuya construcción, su propietario, el banquero Fabio Nelli, mandó contratar a los mejores arquitectos del momento: Diego de Praves, Juan de la Lastra y Pedro Mazuecos. Es un palacio de aire muy italiano y marcado estilo clasicista. Desde 1968 es la sede del Museo de Valladolid, de titularidad estatal y gestión autonómica. En la actualidad el museo lo dirige Eloísa Wattenber García.
En este lugar os hablaré de la tercera leyenda de nuestro recorrido: la leyenda del "Sillón del Diablo".
Aunque os he traído hasta este lugar, la historia que voy a contaros comienza en un rincón de Valladolid muy distinto, concretamente el antiguo edificio de la vieja Universidad de Valladolid. De este edificio, hoy llama sobre todo la atención su fachada barroca del siglo XVII!... Sin embargo el complejo constructivo tenía muchísimo fondo y exactamente donde ahora se erige el edificio llamado "Rector Fernando Tejerina" (Facultad de Derecho) estuvo la magnífica capilla de la Universidad, consagrada, por cierto, a San Juan evangelista. Pues bien: en la sacristía de dicha capilla, derruida en 1909, podía verse, en una posición muy extraña colgado por la pared boca abajo, con unas abrazaderas de hierro, un "viejo sillón frailero".
Eloísa Wattenberg García, a quien antes he hecho mención, lo describe así:
"Está formado por bastidores de madera de sección rectangular con ensamblaje a espiga. Tiene brazos curvos y montantes lisos, rectos los delanteros y ligeramente inclinados hacia atrás los traseros para dar comodidad al respaldo. Los travesaños inferiores muestran borde recortado. Las chambranas, más alta la delantera, son caladas, talladas en esquema decorativo de riñoncillos, propio de la segunda mitad del siglo XVI. Respaldo y asiento son de cuero, van al aire y se fijan en la estructura con clavos de hiero formado, de cabeza redondeada. El asiento está decorado con labor gofrada de diseño geométrico a base de líneas entrecruzadas que determinan espacios romboidales decorados con florón. El respaldo muestra decoración pespunteada, con tema vegetal en la zona externa y composición geométrica almohadillada en el centro".
¿Y qué hacía este sillón, así colocado, en dependencias de la Universidad...? Veamos qué dice la leyenda:
El primer propietario de este sillón fue un médico que vivió en el Valladolid del siglo XVI. Residía en la calle Esgueva y su nombre era Andrés Proaza. Al parecer, Proaza no alcanzó nunca el grado de doctor al que aspiraba, no porque sus conocimientos no resultasen suficientes, sino porque carecía de "limpieza de sangre". Se decía que practicaba la hechicería y ritos extraños en su casa, frente al Hospital de Esgueva (fundado, por cierto, por el Conde Ansúrez).
"En la noche cerrada se veían luces y se escuchaban gemidos, y el Esgueva, muchas veces, a partir de su sótano cuyas paredes lamía, llevaba teñidas sus aguas de rojo, como sangre que en él se hubiera vertido y se hubiera coagulado en largos filamentos que flotaban y se perdían en la corriente" (Saturnino Rivera Manescau: "Tradiciones universitarias (historias y fantasías)", 1948.
En cierta ocasión, desapareció en Valladolid un niño de corta edad, que había sido visto por última vez en la casa de Andrés Proaza. Cuando la policía registró su casa encontró en el sótano un auténtico laboratorio para la realización de disecciones anatómicas (muy en boga en aquel tiempo). La justicia (el rector) detuvo al médico, que fue procesado y condenado a la horca.
"Sea puesto en la cárcel real de esta villa, sea della sacado caballero en una bestia de albarda, con soga de esparto a la garganta y con pregoneros que publiquen su delito, sea traído por las calles públicas y acostumbradas de esta villa y llevado a la plaza pública de ella, a donde mando se levante una horca de dos estrados de alto y de ella sea ahorcado y ahogado hasta que muera naturalmente". (Saturnino Rivera Manescau: "Tradiciones universitarias (historias y fantasías)", 1948.
Durante su declaración, el acusado había confesado que nunca había practicado la hechicería pero que un nigromante navarro le había regalado un sillón, el de su despacho, que conservaba en su casa. El sillón procedía del convento de El Abrojo (Laguna de Duero) y, presuntamente, tenía "poderes": ninguna persona que no fuese médico podía sentarse en él, puesto que, de hacerlo, a las tres veces moriría. Además, el sillón no podía ser destruido porque quien lo destruyera también moriría.
Cuando el juicio hubo finalizado, la Universidad se quedó con los bienes del médico condenado pues, aunque fueron embargados y subastados, nadie pujó por ellos. Por supuesto, uno de aquellos bienes era el mencionado sillón, que fue arrinconado sin que nadie tuviese en cuenta las advertencias que sobre él había hecho Proaza.
La leyenda cuenta que, en una ocasión, un bedel de la Universidad encontró el sillón y se sentó en él a descansar. Tres días después lo encontraron muerto. Poco tiempo después, otro bedel volvió a sentarse en el sillón y corrió la misma suerte que su compañero. Esto hizo que surgieran rumores que vinculaban ambas muertes y se decidió situar el sillón cerca de un lugar sagrado para contrarrestar su efecto diabólico; además de colgarlo en una extraña posición, de forma que nadie pudiese sentarse en él.
Con el tiempo, el "sillón del diablo" pasó a formar parte de la sección de bellas artes de la colección del Museo de Valladolid, cuyo origen hay que buscarlo en el Museo Provincial de Antigüedades fundado en 1879. 


La leyenda del Campo Grande 




El Campo Grande, en otros tiempos conocido como "Campo de la Verdad" o "Campo de Marte" es uno de los rincones más carismáticos de la ciudad de Valladolid. Su aspecto actual se lo debemos a las gestiones del alcalde Miguel Íscar quien, durante su mandato, contrato al famoso jardinero barcelonés Francisco de Paula Sabadell (primero de una larga saga de jardineros... ) para que transformara el lugar en un vergel urbano, de inspiración romántica, como correspondía a los tiempos.
Y si romántico es el diseño de nuestro querido Campo Grande, romántico hasta las últimas consecuencias es también el gran poeta cuya escultura flanquea su entrada: Don José Zorrilla Moral, nacido en Valladolid en 1817.
Aunque quizás sea Don Juan Tenorio la obra que hizo universalmente famoso a nuestro paisano, es preciso recordar que una de las partes más bellas e interesantes de su literatura lo constituyen sus... "leyendas".
Una de estas leyendas, titulada, primero, Recuerdos de Valladolid y, finalmente, Justicia de Dios, tiene como escenario principal nuestro querido Campo Grande. y cuenta lo siguiente:
Corría el siglo XVI (o quizás el XVII). Ana Bustos de Mendoza y Tello Arcos de Aponte iban a casarse al día siguiente y, cuando aquella tarde el novio abandonó la casa de su prometida, despidiéndose de ella por unas horas, se encontró en la calle con Juan de Vargas, un pretendiente de su futura esposa a quien, al parecer, ésta le había prometido esperar durante un año sin que dicho plazo hubiese aún expirado. Tello y Juan se reconocieron y, tras la consabida disputa, se retaron en duelo en el Campo Grande aquella misma noche. En pleno lance, Tello Arcos se dio cuenta de que Juan de Vargas no era un rival fácil y le engañó para que volviese la vista hacia otro lado y aprovechar su desventaja para clavarle entonces su espada. Allí acabó sus días el infeliz Juan de Vargas.
Algunos años después (tengamos en cuenta que en aquel tiempo la Acera de Recoletos era una auténtica sucesión de conventos...), un fraile capuchino que estaba asomado a la ventana de su celda, vio cómo un hidalgo perseguía a otro espada en mano por el Campo Grande, hasta alcanzarle y darle muerte. En ese mismo instante, un tercer caballero se acercó con intención de auxiliar al herido; pero justo en ese momento apareció la Justicia y apresó a éste último al considerar que había sido él quien había dado muerte al hidalgo.
El hombre acusado y detenido no era otro que Tello Arcos de Aponte quien, durante el juicio, se declaró inocente de la muerte de aquel hombre, pero culpable de la de otro caballero al que había asesinado.
Mientras tanto, el fraile capuchino que conocía la verdad de lo que había acontecido (pero no toda...), comenzó a meditar sobre la injusticia que se estaba cometiendo con Tello Arcos y tanto se obsesionó con el asunto que comenzó a repetir sin cesar durante sus largos paseos a orillas del Pisuerga: "No hay Dios donde no hay justicia". Una de aquellas veces, mientras repetía su letanía, vio acercarse flotando en el agua hasta la orilla del río una balsa con el cadáver del mismísimo Tello Arcos. Cuando lo tuvo a su vera, el fraile vio que, bajo el cuerpo de Tello Arcos yacía un segundo cuerpo para él desconocido: era el de Juan de Vargas. Entonces, Tello Arcos se incorporó y explicó al capuchino cómo tiempo atrás había matado a traición a Juan de Vargas:
"En duelo injusto los dos, a traición le asesiné; no preguntéis el porqué de la justicia de Dios".
Y tras estas palabras, la leyenda recogida por José Zorrilla en su obra concluye describiendo cómo los dos cadáveres se alejaron flotando por el río Pisuerga.



     Ahora ya no me queda sino decir que mi gente volvió a casa encantadísima de la tarde tan estupenda que pasó, diciendo que cómo podían imaginar que esos sitios que tanto han frecuentado pudieran encerrar tales historias; la de veces que pasaron por ellos sin apenas sospechar que fueran así, y que si antes lo hubieran sabido ¡de dónde, por dios, iban a pasar por ellos con tanta prisa! (sic).

1 comentario:

emejota dijo...

Muchísimas gracias Miguel Angel, así cuando visitemos tu ciudad lo podremos hacer con conocimiento de causa. Un abrazo.

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