Hasta que San Juan baje el dedo

Hace ya un tiempo dejaron en mi iglesia una planta muy florida y hermosa, tal que así:
Como era tan vistosa la pusimos en un lugar privilegiado: justo delante del altar. Así lució durante muchos meses. Lenta e inexorablemente las flores se fueron secando y cayendo hasta que sólo fue una hermosa cosa verde, sin asomo de rojez. Y ahí sigue, sólo que la hemos puesto en otro lugar, a la espera de que tenga a bien echar de nuevo flores.

Esta mañana, mientras mi peluquera favorita me pelaba la pelambrera e intentaba dejarme algo más favorecido, observé que en el ventanal que da a la calle tiene ella dos plantas iguales a esta; una con flores y otra sin ellas. Y le comenté la falta de alegría que  mostraba la que estaba en la iglesia.

Raquel me informó que la tal planta se titula "Anthurium", que no requiere especiales cuidados y que lo único que exige es un poco de paciencia. ¿Cuánta?, le pregunté; pues mira esta otra, me dijo, hace cuatro años se quedó pelona y ahora empieza a despuntar por ahí abajo una flor…

Eché cuentas con los dedos, y calculé que más o menos la pobrecilla no dirá esta boca es mía hasta dentro, por lo menos, de tres años. Es bueno saberlo, para no desesperar. Ahora la miro y veo esto:
Pero ojalá me dure la paciencia lo suficiente para volver a verla tal como me llegó, o sea, como está en la foto de más arriba.

No quiero tentar al cielo y sacar ninguna moraleja. Porque si lo hiciera estaría escribiendo la historia de mi vida. Cuatro años en dar flores que sólo y apenas duran unos meses es demasiado fiar. ¿Saldrán las cuentas, merecerá la pena hacerlas, compensará la espera…?

Tengo unos cactus en la ventana de mi cuarto que han tardado en florecer ya ni me acuerdo. Pero desde que lo hicieron, no fallan ningún año por primavera. Y por supuesto, la clivia que heredé de mi mamá, además de no fallarme cada once meses, de vez en cuando me regala algún brote nuevo, que me sirve para poner más macetas por mi casa, y para obsequiar a mis amistades.

Si el anthurium va a comportarse de igual modo, esperaremos… "hasta que San Juan baje el dedo". ¡Y que lo haga pronto!

Cuando se conjuga el verbo prohibir… ¿se acaba delatando?



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“¡Qué pena!”, me dijo un chavalín a la puerta de mi casa cuando estaba en el patio parroquial toda la menudencia esperando para empezar la catequesis de los lunes, correspondiente a la Iniciación. Y continuó: “Te vas a morir pronto, lo ha dicho la señorita en clase”.

No era la primera vez que me avisaban de que fumar es malo. Cuando me pilló mi padre fumándome la colilla de caldo que él había dejado en el cenicero, me recriminó con algo parecido. Tendría entonces en torno a los nueve años. Me asusté y no volví a probarlo. Pero llegué a la pubertad, que entonces rondaba los 16, y le avisé: o fumo con tu permiso, o fumo sin él. Y quedamos de mutuo acuerdo en que fumaría, pero en su presencia. De ese modo, en la sobremesa me dejaba echar un pitillo. De caldo, por supuesto. Y así aprendí a fumar, y también a liar cigarrillos.

Luego pasé a la pipa, luego al ducados, luego a la pipa, y ahora me calzo puritos y de tarde en tarde una cachimba.

Nunca fumé en exceso, salvo en contadas ocasiones. Pero no dejé de hacerlo; sólo en cortos períodos de tiempo, más que nada por saber si era capaz de estar sin fumar, por saber si era yo el que fumaba, o era el tabaco el que me fumaba a mí.

Con el paso de los años he ido aminorando el consumo, pero sin dejarlo. Y así estoy.

http://www.zonadefumadores.com/imagenes-fumadores/tabaco-humor/perro-patinador-fumador.jpgPor supuesto que en mi habitación siempre ha olido a café y a tabaco, a tabaco y a café. Sólo así, en ese ambiente, ha sido posible que en mi chabolo hubiese tertulia y encuentro, reunión y discusión, debate y plática, confidencia, discrepancia y confluencia. En torno a un cafelito con o sin, y con un cigarrillo en los labios se charla dabuten. Así he vivido.

Mi médica me lo avisa cada vez que voy a verla. Los niños, ya he dicho, ponen cara de asco cuando me ven con el cigarrillo en la mano. Los mayores se tapan la boca si padecen asma o simplemente me huelen. Mi ropa debe tirar para atrás, aunque yo, saturada mi pituitaria, no lo perciba. Mis pulmones parecerán una cavidad minera. Y al decir de los que hacen estadísticas, mi vida está irremediablemente reducida en unos cuantos años, puede que se aproximen a diez. Habida cuenta de mi edad, ya no tengo remedio, estoy irremisiblemente condenado.

Ahora parece que no sólo está feo fumar, es que además hago fumar a los demás. Lo que era considerado un derecho, ha devenido en abuso.

Me he concienciado de que el tabaco no es bueno para mí y es malo para los demás. Ya no fumo en reuniones, ni en charlas, ni en los bares (casi no entro en ellos). Tampoco en el coche, que está virgen de humos. Apenas lo hago en la calle. Sí en casa, conmigo mismo, cuando leo, estudio o trabajo.

Llega ahora una ley, con todos sus reglamentos, prohibiendo fumar en determinados lugares públicos, y no me parece ni bien ni mal. La acato, por supuesto; y procuraré cumplirla.

Pero una cosa me incomoda: ¿quién me va controlar? La policía no llega a todas partes. Si, por ejemplo, algún día me invito a comer en un restaurante, y se me ocurre fumarme un pitillo en el retrete, ¿puedo ser denunciado por oler a tabaco al salir? Si tal ocurriera, resultaría que cualquiera me puede acusar. ¿Con DNI o sin él? ¿Basta una llamada anónima o se requiere presentarse en comisaría? ¿Quién ha de probar y qué: el denunciado mi inocencia, o el acusador mi delito?

Y ya puestos a malas, y dado que a lo largo de la vida uno se puede haber granjeado enemistades -Dios no lo permita-, es hasta posible que se me impute alevosa y torticeramente,  siendo denunciado en falso para mi desgracia.

Ya digo: no está mal prohibir, pero prohibiendo prohibiendo, se puede llegar al chivatazo. Y ya sabemos qué pasa cuando hay chivatos…

Mi caaaasa

     Lo peor de estos días pasados ha resultado ser el desmontaje. "Antes de" todo es hacer preparativos, pensando cómo hacerlo, buscando cosas, ingeniándolo para que resulte guay y barato. Con esmero se lleva a cabo, sin pensar -o pensándolo- en el tiempo que ello ocupe. Una vez todo dispuesto, ¡a disfrutaaaaar!

     Y se pasa bien, muy bien. Las Navidades son bonitas. A mí, al menos, me lo parecen. Pero duran poco, muy poco; apenas dos semanas o quince días. Y cuando acaban, hay que desmontar todo para dejarlo tal como estaba antes. De tal manera que "después de" todo parezca que sigue igual que "antes de"; ha sido como un paréntesis del que no queda ni rastro. Pero queda, vaya si queda.

     No voy ahora a enumerar las cosas que me han quedado, porque eso sólo tiene interés para mí y para los míos. Pero sí puedo deciros que en el salón comedor donde he sido incluido cariñosamente para festejar tres momentos cumbre de estos días, se ha mantenido instalada y extendida la enorme mesa en torno a la cual hemos compartido bocados exquisitos, charla distendida, risas sin medida, tragos que llenaban el paladar, chistes buenos y peores, y amistad y cariño extensivos (hay que ver la de cosas que caben junto a una buena mesa). Pero ya no está, ha pasado desmontada al trastero, -es un decir-, a la espera de otro motivo que festejar, que parece que no se va a demorar demasiado. También me ha quedado cumplido el punto 4 de mi carta a la reyes y alguna parte del punto 11. Del resto, se irá viendo. Y en cuanto al Niño que colocamos en la capilla con los pucheros y los aperos, la estrella blanca de porespan y los rótulos de las paredes, también ha quedado todo recogido y guardado cuidadosamente, a la espera de otra Navidad, que ya está al caer.

     Pero entre otras cosas que han caído estos días, está esta felicitación que me ha mandado un castromochino, a quien quiero corresponder como hijo bien nacido de aquel pueblo.
     Es la plaza mayor, con el ayuntamiento navideñamente engalanado, la fuente con su estrella en alto y un parque infantil en el mismo lugar donde hace la tira colocábamos nuestros taburetes para disfrutar de los cómicos que de tarde en tarde nos visitaban con sus juergas y teatro, en aquellas tarde-noches de verano. Los fuegos artificiales supongo que son eso, artificiales; lo mismo que la vela con muérdago y la ristra de bombillas que apagadas cincunvalan el cuadrilátero visual. Otra estrella sobre el balcón principal y la cinta luminosa en la fachada de la casa consistorial sí lucen, aunque no parezca una escena habitada… Ya decía mi abuelo materno que en Castromocho, cuando entrabas, no veías ni perros por la calle. No es que no seamos hospitalarios, qué va; es que somos lentos en salir de casa para recibir al recién llegado. Pero cuando salimos a la calle, ¡ah entonces!, entonces nadie nos supera en capacidad de acogida. ¡Pues buenos somos los de mi pueblo!

     Pero la sorpresa oculta que incluía esta felicitación está en esta otra foto, no importa que a la esbelta torre de Santa María le hayan cortado justo la punta y su veleta; es que no cabía en el encuadre. Lo que sí ha cabido, y de cuerpo entero, es mi casa. Esta que ahí aparece es; donde nací y donde aprendí a caerme sin romperme un hueso; el lugar que tengo pegado a mis recuerdos infantiles y donde indefectiblemente pasaba los veranos hasta que mi padre dijo: basta, no coges un costal más, esto para ti se acabó. Y se terminó. Pues bueno era mi padre.
     A lo que iba. Esa de ahí es mi casa. Mejor dicho, lo fue. Ya no lo es. Pero sigue siendo "mi caaaaasa".


     (Gracias Paco, ha sido todo un detalle. Feliz Año 2011)

Navidad mágica…

 
La Navidad que nosotros conocemos, celebrada el 25 de diciembre, es una acomodación interesada que hizo la Iglesia en el siglo IV para aprovechar las fiestas invernales, cuyo origen está en el mismo comienzo de la historia de todas las culturas. Porque Jesús de ninguna manera nació en esa fecha. Cálculos realizados por los antiguos pensadores lo sitúan más hacia la primavera, alrededor de finales de mayo. Incluso se atreven a fijar el día, el 26 concretamente.
Lo que sí se celebró desde muy antiguo entre los cristianos fue la fiesta de la Epifanía, a comienzos del mes de enero. Esta es en realidad la auténtica fiesta navideña.
A mí me llegó más bien como el día de los reyes. Ya se sabe, los juguetes que llegan en la noche, y que no siempre coincidían con mis deseos, ni en calidad ni en cantidad. Pero, bien mirado, el saldo me sale positivo. Y no se trata de mantener al día ni la ingenuidad ni la inocencia, sino de otra cosa.
Y de otra cosa quiero hoy hablar. Más bien quiero que hablen otros. Porque he seleccionado algunas publicaciones que han aparecido estos días en algunas páginas de Internet que se salen de lo trillado en todos los sentidos.
Mientras escribo esto, aún están abiertos algunos almacenes en los que se compra y se vende cualquier cosa que pueda ser objeto de regalo, porque esta noche no puede haber fallos. Hay que cumplir.
Quien más, quien menos, ya lo ha hecho. Si tenían que hablar de lo espiritual, si habían de alcanzar un nivel de producción, si debían cumplir con un programa de festejos, si estaban comprometidos a mantener el orden cívico, o a realizar los recorridos concertados, o mantener los niveles mínimos exigibles, o…
Para unas personas, están a punto de acabar las agotadoras y frustrantes vacaciones navideñas. Para otras, es muy triste volver el lunes a la normalidad rutinaria. Hay quien a partir de ahora necesitará empezar un régimen que corrija los excesos de estos días. Y también se da quien maldiga de este lapso de tiempo en el que se usan por arrobas, más bien por toneladas, la hipocresía, la mentira, el trato empalagoso y las ñoñerías edulcoradas.
Se han oído muchas cosas, algunas de ellas han sido auténticas patochadas. Por ejemplo, leí a alguien criticar a quienes fueron a la misa del gallo a lucir sus pieles. No parecía conocer que a esa misma hora, tanto esa noche como la de fin de año, incluso en el día de los reyes magos, se celebran por doquier cotillones a tanto por cabeza, y con barra libre y baile hasta el amanecer. Al final, chocolate y churros.
También he leído cosas interesantes. Están dichas en estos días, pero tienen valor en cualquier época del año, incluso de la vida. Porque bien mirado, lo que los creyentes celebran en Navidad no puede ceñirse a dos semanas de calendario; es mucho más profundo, más permanente, y más impactante.
Me agradaría sobremanera que esta selección que ofrezco resultara de provecho para quien visite este blog y no tenga demasiada prisa por salir.
Posiblemente sobren los comentarios, habida cuenta la hondura que, en mi opinión, tienen estos textos. Pero si llegan, sean bienvenidos.


Epifanía (hacia 1589), de Roland de Mois.
La Epifanía (por etimología del griego: επιφάνεια que significa: "manifestación; un fenómeno milagroso"). Para muchas culturas las epifanias corresponden a revelaciones o apariciones en donde los chamanes, médicos brujos u oráculos interpretaban visiones más allá de este mundo.

Es también una fiesta cristiana en la que Jesús toma una presencia humana en la tierra, es decir Jesús se "da a conocer".

El término Epifanía es utilizado, según Giacomo Cannobio, en los Setenta para traducir el concepto de "gloria de Dios" que indica las huellas de su paso o, más simplemente, su presencia. En el Nuevo Testamento, en las cartas paulinas tardías, se refiere a la entrada de Cristo en el mundo, presentada como la del emperador que viene a tomar posesión de su reino (latín: adventus, de ahí el tiempo de Adviento como preparación a la Navidad). A partir de este significado, el término se usó en Oriente para indicar la manifestación de Cristo en la carne y a continuación, a partir del siglo IX, para designar la fiesta de la revelación de Jesús al mundo pagano. Esta es la fiesta que se sigue celebrando el día 6 de enero.

En la narración de la Biblia Jesús se dio a conocer a diferentes personas y en diferentes momentos, pero el mundo cristiano celebra como epifanías tres eventos, a saber: La Epifanía ante los Reyes Magos (tal y como se relata en Mateo 2, 1-12) y que es celebrada el día 6 de enero de cada año. La Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán. Y la Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná en el que inicia su actuación pública.

En realidad la fiesta de epifanía que más se celebra es la que corresponde al día 6 de enero de cada año en la que los tres magos, según la tradición (en las traducciones de Biblias protestantes, y ya actualmente en las últimas traducciones de las biblias católicas, elaboradas en colaboración ecuménica e interconfesional, se menciona el adjetivo sabios) denominados: Gaspar, Melchor y Baltasar que aparecen del oriente para adorar la primera manifestación de Jesús como niño ofreciendo tres regalos simbólicos: oro, incienso y mirra. En realidad, la Biblia no habla del número de los magos, o sabios, ni tampoco de sus nombres. Ha sido la tradición posterior la que ha identificado su número y nombres. Los restos de los magos descansan en la catedral de Colonia en Alemania.

(Wikipedia)




Top of Form
Según los evangelios de la infancia, cuando Jesús nació en Belén, nadie se enteró de ello, fuera de María, José y los pastores. Más tarde, una misteriosa estrella guió a unos sabios de Oriente hasta encontrarlo. Los sacerdotes continuaron realizando sus ceremonias religiosas en el templo de Jerusalén, en Roma el emperador Octavio Cesar siguió dando órdenes en el imperio. En nuestros días va a suceder algo semejante.

La Navidad ha sido secuestrada por la sociedad del consumo de la llamada “civilización cristiana occidental”, nadie se atreve a negar ni a atacar la Navidad, aunque uno sea religiosamente indiferente, agnóstico o ateo, pero la hemos vaciado de su contenido cristiano y transformado en una fiesta mundana, especialmente para acomodados. Nuestras ciudades se llenan de luces, los comercios cantan villancicos para vender más en estas fiestas de fin de año. En las Iglesias se preparan los belenes y la liturgia de la noche de Navidad. Tanto en Washington como en el Vaticano luce un inmenso árbol de Navidad.

Pero el Señor parece cansado de estas celebraciones vacías de contenido y nos quiere dar una sorpresa: este año Jesús ha decidido nacer en Haití, el pueblo de antiguos esclavos africanos, el primero que se independizó en América Latina, actualmente el más pobre del continente americano, hace un tiempo sacudido por un terrible terremoto, luego inundado por un huracán y ahora en plena epidemia de cólera que ya ha matado a miles de personas. Su futuro es muy incierto, sus elecciones fraudulentas. En este pueblo que no cuenta en el concierto de las naciones, que sobrevive en campamentos y vive con la ayuda del exterior y con la ambigua presencia de los Cascos azules, precisamente en este pueblo este año va a nacer Jesús. Seguramente tampoco casi nadie se enterará de ello, ni en Washington ni quizás en Roma, como sucedió en la primera Navidad de la historia. En la liturgia de la noche de Navidad se lee el texto de Isaías que afirma que “el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9, 1). Esta luz este año nos viene de Haití.

No se trata simplemente de que en esta Navidad ayudemos a Haití con donativos para contentar nuestra mala conciencia, sino de algo más difícil y duro: que nos dejemos iluminar por la luz que nace de Haití, que esta luz nos descubra la falsedad y superficialidad de nuestra vida, la hipocresía de nuestra sociedad, la vaciedad de nuestra religión, nuestro racismo y eurocentrismo que desprecia a otros países y otras razas. Estamos en tinieblas, aunque encendamos miles de lucecitas estos días para disimularlo, pero la luz que realmente nos ilumina viene desde Haití y nos dice que otro mundo no sólo es posible sino necesario.

Evidentemente Haití tiene otros nombres: saharauis, afganos, palestinos, magrebíes que llegan en pateras, emigrantes latinoamericanos que viven en los países del primer mundo, parados y gente sin hogar, enfermos con Alzheimer, ancianos abandonados en residencias, niños de la calle... todos ellos se llaman este año Haití. Y en Haití nace el Niño Jesús: su mensaje nos recuerda que la alegría y paz verdaderas brotan de la solidaridad y del compartir fraterno, porque todos somos hermanos y hermanas y tenemos un mismo Padre común. Desde Haití los ángeles este año anuncian de nuevo la paz a las personas de buena voluntad. ¿No los escuchamos? Vayamos este año a Haití, allí encontraremos al Niño con María y José. La estrella que guió a los magos de Oriente nos guiará también a nosotros hasta nuestro Haití.


 

Navidades heréticas


Que nuestras navidades están bastante desfiguradas, edulcoradas o paganizadas es voz común entre muchos cristianos y cada año volvemos a sentirlo cuando llegan y a lamentarlo cuando ya se han ido. ¿Por qué, pues, no intentar analizar, aunque sea a toro pasado, en qué consiste esa deformación?. Para acercarse al misterio de la Navidad (contracción de natividad: nacimiento) basta con acercarse al nacimiento de un niño.

Un escritor cristiano del siglo III escribía: “empieza describiendo toda la bajeza de elementos que sirven para engendrar un ser vivo: sangre, líquidos y ese coágulo repulsivo de carne que durante nueve meses se alimentará de todo aquel barro”. Para añadir en seguida: recuerda que tú has nacido de la misma manera. (Y entre paréntesis: es en este contexto donde Tertuliano añade aquello de “lo creo por ser absurdo” -credo quia absurdum-, que algunos leen fuera de contexto como una respuesta al problema de relaciones entre fe y razón. ¡No! Lo que es absurdo para nosotros es la solidaridad de Dios. Pero creemos en ella).

En este mismo sentido el dibujante Cortés, entrañable como siempre, ha hecho correr un dibujo de María cambiando los pañales al niño y cuyo título reza: “ Y el Verbo se hizo pis”. A más de dos escandalizará la viñeta y hasta la considerarán blasfema. Y cabría responderles parodiando a Tertuliano: “lo creo por ser blasfemo”. Porque efectivamente, la encarnación de Dios es una blasfemia para una piedad centrada en torno a la idea religiosa general de Dios.

Pero sigamos con el niño. El niño inspira sonrisa y ternura cuando duerme, pero la sonrisa se nos va cuando el niño llora, cuando se ensucia y hay que limpiarlo, cuando no se duerme y hay que acunarlo. En su dulce pequeñez lo humano está reducido, sí, a promesa, pero también a impotencia física, a incapacidad expresiva, y a necesidad de todo: de ser alimentado, de ser limpiado etc. Nuestras navidades han eliminado todos estos aspectos negativos para quedarse sólo con los positivos. De modo que, en la dialéctica Dios-miseria la primera palabra ha borrado a la segunda, en lugar de redimirla pasando por ella. Donde san Juan escribe: “la Palabra se hizo esclavitud [carne] y en eso hemos visto la gloria de Dios”, nosotros leemos que la Palabra se hizo bienestar y ahí vemos su gloria.

Así en nuestros belenes, las pajas son de plástico, la cueva no evoca ningún establo ni la cuna sugiere un pesebre de animales. Nuestros pastores se parecen más a los de las églogas de Garcilaso que a los de la Palestina de hace 2000 años. Los villancicos que, en un principio pretendían descubrir y cantar la gloria de Dios escondida en tanta humillación (y ese era su encanto), han acabado por olvidar toda esa miseria: a lo más nos encontraremos con que “Josep encen un foc”, pero habrá de ser “un gran fuego”, como si ya no supiéramos lo que costaría prender fuego en una cueva miserable de un pueblo perdido de hace veinte siglos. Y en seguida aparecen angelitos cantando y romeros floreciendo; de modo que los ángeles dejan de ser “mensajeros” para ser sólo comparsas de la gran orquesta del consumo: porque ya no cantan que la gloria de Dios está en los hombres reconciliados, sino que la gloria de Dios brilla en esta falsa paz que brota de la injusticia.

Así olvidamos todo lo polémico del mensaje navideño: que Dios no nació en el Templo de Jerusalén, ni siquiera en una posada decente, sino en un establo. Lo cual, con palabras de hoy, significa: Dios no nace en la catedral de Barcelona ni en la Sagrada Familia, sino en el Besós o en el Raval; ni nace en la Almudena sino en la Cañada real; ni nace en el Corte inglés sino en una patera, ni nace en el Vaticano sino en la franja de Gaza, ni en Manhattan sino en Haití… Y su señal no son las luces en nuestras calles sino la falta de luz en los suburbios. 

El peligro de esta deformación navideña es que acabamos falsificando la idea cristiana del ser humano: nos quedamos con la idea de “el hombre” propia del Renacimiento o de la mentalidad griega (que reservan la dignidad humana sólo para los ricos y no para los esclavos) y no con la noción bíblica de todo ser humano como imagen de Dios. De este modo falsificamos también la idea cristiana de Dios por mucho que cantemos “gloria in excelsis Deo” en latín y todo. Y, desde ahí, falsificamos la solidaridad. Y acabamos cerrando los ojos para imaginar, en vez de abrirlos para contemplar la realidad.

Un ejemplo de esta falsificación me parece encontrarlo en la teología (o en la forma como es leída la teología) del gran escritor que fue Urs von Balthasar: que habla mucho de la “teo-dramática” pero de una manera tal que la palabra Dios acaba edulcorando el drama en lugar de redimirlo al entrar en él hasta el fondo, y la belleza de la Gloria de Dios se queda más en la no consideración del dolor que en la asunción amorosa del dolor. Una especie de contemplación indolora del Dios sufriente: porque parece sufrir como la cenicienta del cuento y no como los niños maltratados de la vida real. Así nos quedamos con un Dios que planea sobre la historia pero nunca llega a aterrizar verdaderamente en ella. Y así llegamos al final del proceso por el que hoy hemos celebrado el nacimiento del dios mercado o del dios consumo, pero no el del Dios anonadado.

Imaginemos si no, qué pasaría si una multitud de cristianos, más conscientes de todo este significado, comenzara a tomar decisiones como éstas: en navidades no vamos a consumir nada, no porque no pueda tener un sentido materializar el gozo interno, sino para compensar la unilateralidad en que hemos caído. Ni vamos a jugar lotería porque no queremos enriquecernos precisamente en los mismos días en que Dios se empobrece. Ni haremos regalos a las personas queridas sino sólo a aquellas con las que nos encontramos enemistados o necesitamos perdonar. Ni plantaremos belenes rebosantes de figuras caras, sino una simple cuna desvencijada y vacía, igual que la silla de aquel premio Nobel de la paz que estuvo vacía durante la ceremonia: como simbolizando que a Dios tampoco le dejamos venir hoy porque es un disidente de este mundo, como Liu Xiaobo

¡La que se armaría! Y sin embargo: sería todo tan cristiano, y tan evangélico! Y la exquisita María ¡cantaría con tanto gozo exultante que Dios derriba del trono los poderosos y dignifica a los humillados, que despide vacíos a los ricos y llena de bienes a los pobres! Y nosotros no temeríamos que el profeta nos repitiera aquello: “hace tiempo que somos los que Tú no riges, y los que no llevamos tu Nombre” (Is 63, 19).

En resumen: acabamos de celebrar unas navidades heréticas. Así de simple. Y si la Iglesia tiene una Congregación de la Fe, encargada de velar porque no nos contamine la herejía, tiene aquí también una tarea sobre la que pensar a lo largo de este 2011, hasta que lleguemos a un nuevo diciembre.



* * * * *



Y nació negro. Pero no nos enteramos. Aquí, estamos sufriendo por nuestra crisis de los países ricos. Otros piden un dinero que nunca llega para ayudarles, mientras sus jefes organizan en Madrid una costosa misa política desde donde le mandarán solo recuerdos.

Pero Haití se muere de cólera. De cólera bacteriólogica  y de la cólera de un olvido injusto por ser sencillamente pobres. Una muerte evitable con una sola pastilla como la que tú tienes en tu casa.

Cristo esta vez, como en tantas otras ocasiones, decidió nacer negro, nacer indígena. Ya nosotros nos encargaremos de pintarlo de blanco y cantarle el 'Ay chiquirriquitín' mientras nos atiborramos de comida que nos sobra, de lujos que son insultantes, para poder esconder nuestras propias vergüenzas.

Cristo decidió nacer negro en Haití. Quizás porque cuando decidió nacer negro en África, tampoco le hicimos ni puto caso.

Normal, que el 22 de abril de este año 2011, en mi tierra por lo menos lo sacaremos muerto en la Cruz. No importa. Al otro día, resucitará para seguirlo matando. Con los toros del Aleluya. Negros de muerte, como el Cristo Haitiano.

Es lo que tiene ser Dios, que nace donde le sale de los cojones y no donde quiera el Papa o nosotros. Duerme, duerme, negrito, aunque seas Dios y no jodas más. 


* * * * *


ORACIÓN DE NOCHEBUENA

¡Oh Dios!, eterno misterio de nuestra vida; por el nacimiento de tu Propia Palabra de amor en nuestra carne has plantado la majestad eternamente joven de tu vida en nuestra propia existencia y has hecho que se manifieste victoriosamente. Concédenos en la experiencia de la decepción de nuestra vida la fe de que tu amor, que eres Tú mismo y que Tú nos has dado, sea la eterna juventud de nuestra verdadera vida.

(Karl Rahner, Oraciones de vida. © Publicaciones Claretianas, Madrid, 1986)




Carta a los Reyes

 
A Sus Majestades los Reyes Magos
En algún lugar de Oriente


Queridos Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar:

Este año no he sido ni bueno ni malo, sólo regular. No he trabajado ni poco ni mucho. He sido todo lo desobediente de que soy capaz, y tal vez un poco más. Sigo descuidando mi salud, porque fumo, aunque lo hago menos que antes y a escondidas, para no dar mal ejemplo. Alguna vez he sido peleón y no he conseguido quitarme de encima el gallo de corral que de cuando en cuando me sale de dentro. No estoy demasiado satisfecho de cómo haya aprovechado mi tiempo durante el año pasado; es más, reconozco que he perdido ante la pantalla del ordenador lo que debería haber empleado en leer y estudiar para estar más al día. En fin, que por merecer, no tengo ni idea de qué méritos he podido hacer. Pero como esta carta es para pedir, os pido:
1º  El tren eléctrico que nunca me trajisteis, a pesar de pedíroslo un año sí y otro también.
2º Unas zapatillas de estar en casa que me duren un poco más, porque las que tengo ya están muy estropeadas.
3º Una caja de crema para las manos, que es que no hago vida de ellas, siempre tan ásperas y agrietadas.
4º Unos calcetines finos, de esos que sabéis que me gustan, pero que duren un poco más y no se hagan carreras con tanta facilidad. Es que salgo a una media de tres pares por semana. (La culpa también la tiene el bandido de Gumi, que me muerde los pies inmisericordemente).
5º Unos pantalones fuertes para salir al campo y no ir todo raído como un pobrecillo.
6º Unos angelitos que vengan de vez en cuando a cavar el jardín; ya empiezo a coger manía a las herramientas manuales y además me estoy haciendo algo perezoso. Si se lo hicieron a San Isidro Labrador, ¿por qué a mí no me lo pueden hacer?
7º  Que el jefe de tráfico de mi ciudad diga por dónde debemos ir los ciclistas. Ya estoy harto de que cuando circulo por el Paseo de Zorrilla me chuflen los autobuseros por ocupar su carril, y los otros conductores por ir por el central. Por la acera aún no me he metido, pero si lo hiciera los peatones me tirarían de la bici. En caso de que no, me pido un manual de itinerario alternativo para llegar al centro.
8º Al mismo funcionario del punto 7 necesitamos que le convenza alguien para que vuelva a remodelar las direcciones en las calles de mi barrio; no es de recibo tener un seis calles para salir y una sola para entrar. Hagamos lo que hagamos, damos más vueltas que una peonza.
9º Necesito para la Pascua que florezcan las lilas. Por si viene el tiempo climatológico algo atravesado, sería conveniente que alguien lo regulara para que yo pudiera poner flores moradas en la capilla.
10º El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja con los demás. Pero todos los gatos del barrio vienen al mío a realizar sus deposiciones. Claro, es el único que permanece en tierra ¿Sería posible que los amos de los susodichos animalitos tomaran algunas precauciones? ¡Ya estoy harto de limpiar! Quiero alguna solución para este problemilla.
11º Aprovechando este número solicito:
-        Dos: que la piscina del matadero, que es la que suelo utilizar, este año esté mejor cuidada en cuanto a limpieza y atención al usuario.
-        Uno: que se lleven a otras piscinas algunas de las muchas competiciones que se realizan en ésta, y que nos obligan a emigrar durante un fin de semana de cada mes.
-        Cero: ¡que pongan papel higiénico y toallas!
12º
13º Que se acabe de una puñetera vez esta crisis o que se encuentre otro sistema. No es posible ya apretarnos más el cinturón, se han acabado los agujeros.
Comprendo que la lista es un pelín larga; por eso el 12º lo he dejado en blanco, para que abulte un poco menos. Si aún así resultare excesiva, me contentaría con que se me concediera el último encargo, habida cuenta de que para unas majestades tan excelsas no hay imposibles y que a esto yo no le veo otra salida que la magia. O sea, cosa de magos reales.
Agradezco de antemano la atención que me dediquen, aunque comprendo que a estas alturas ya andarán sus majestades un poco apuradillos de tiempo. Pero seguro que algo sí podrán hacer en todo caso.
Suyo afectísimo súbdito,

Miguel Ángel

¡Buenos días!

 
Frase del día: «En el fondo de cada alma existen tesoros escondidos que solamente descubre el amor». E. ROD
Esta nochevieja ha sido la primera, que yo recuerde, que no esperé las campanadas de las doce con las uvas preparadas para recibir al nuevo año. Y no ha sido por falta de uvas, que Isabel me las trajo en la mañana, de su cosecha; tampoco por falta de ánimo, que lo tengo en cantidad más que suficiente, y máxime ahora que estreno cristales con graduación actualizada; ni por falta de tiempo, que lo estaba ocupando en hilvanar cuatro ideas para la homilía de hoy; ni por carencia de compañía, que estaba la Moly conmigo, aunque debajo de la cama por miedo a los cohetes y petardos.

Ha sido por desacuerdo; total y absoluta disconformidad con la costumbre de ir calentando motores desde muchas horas antes con ruidos de explosiones que alcanzan su culmen tras atravesar el umbral de la medianoche. Acaban los tam-tam de los relojes con sonería y explota la noche entera. Y durante más de una hora parece que esto es la guerra y nadie está a buen recaudo de que le caiga encima una tea encendida, o le rompa los tímpanos una bomba teledirigida.

Pues ¡eres un aburrido! Pues, ¡lo seré!

Esta mañana estaba todo en silencio, como después de una batalla. Los perros de la guardería municipal estaban especialmente nerviosos y ladradores; nadie había ido todavía a atenderles. La ronda exterior estaba totalmente vacía de vehículos y las nubes cubrían el cielo amenazando no dejar salir al sol. Y así ha sido. No sólo no lo he visto, es que tampoco habría podido por culpa de unos bancos de niebla, ¿o era humo?, que apenas permitían ver más allá de unos cien metros. Oler sí que olía. No sé si era madera, paja o desperdicios, pero el olor a quemado embargaba todo mi paisaje.

Así he recibido a este nuevo día. En silencio. Con olor a chamusquina. En buena compañía. Expectante por ver de qué soy capaz en esta nueva tesitura que no tiene porqué ser el comienzo de otra década prodigiosa, entre otras cosas porque de prodigios ya tengo la mochila abarrotada, y no me cabe ni uno más, aunque sea pequeñito.

Ahora, mientras me fumo un cigarro en la intimidad de mi mesa camilla, último reducto que se me permite para esta banalidad de quemar tabaco y echar humo por las narices, pienso en todos vosotr@s, y se me enternece el corazón. Quizás estéis aún durmiendo, u os estéis tomando un chocolate; tal vez estéis haciendo una tabla de gimnasia, sueca o taichi, o mirando inquisitiv@s por la ventana que da a la parte de atrás de vuestra casa. Sol@s o acompañad@s, tristes o content@s, ocios@s o ataread@s, no tengáis prevención contra este 2011: si no ha empezado bien, nada peor puede ya ocurrirnos.

 ¡Tengan ustedes, visitantes y amig@s, muy buenos días!

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