Y yo, sin moverme de casa


Dolmen, Tella. Huesca. Verano 1992

Tras un repaso por los blogs enlazados, retorno al mío para revisar el escrito de esta madrugada, fruto de los ardores de una noche de calor y de ardor, no guerrero precisamente.
Ayer quedó colapsada mi calle con la entrada de un enorme trailer que devolvía a su almacén la no menos enorme impedimenta campamentil de un grupo scout, cuyo nombre no me alcanza, que encierra todos sus enseres justo al lado hasta que vuelvan de nuevo a salir el próximo año hacia verdes prados, suaves colinas, arenosas playas o altivos valles de montaña. Duermen ya en casa.
De mañana todo es quietud. Es día señalado para el éxodo. El pinar solitario. La calle vacía, el barrio silencioso, mi jardín recibiendo mansamente el agua bienhechora en previsión de un día más ardiente aún que ayer y menos que mañana, que es agosto. Y escuchando a Mark Knopfler en “Volviendo a casa” que me trae a la memoria “Un héroe local”.
Mientras le veo repetir por enésima vez su solo de guitarra me sorprendo imaginando que de pronto da una nota en falso, un resbalón interpretativo, un inopinado e inimaginable olvido, un lapsus sorpresivo…
El que tiene boca se equivoca, y al mejor maestro se le desliza un borrón. Como al regatista que, tras surcar los mares infinidad de veces, en plena competición se le deshace un nudo marinero o, yendo el primero en la disputa, pierde pie y cae al agua todo vestido de capitán de navío.
Ya nada me extraña. Cualquier cosa puede ocurrir. De hecho ha sucedido, está dándose: Nadal lesionado, Navarro lesionado, Sterbik lesionado, a no sé quién se le ha roto el cúbito y la rojilla de fútbol me dejó, más que frío, malhumorado. De política no quiero hablar, de religión menos, y de economía nada en absoluto. Todo hace suponer que España entera anda lesionada. Y mientras, el mundo entero goza en plena forma.
No, hoy no quiero moverme de casa, no es buen día. “En tiempos de desolación no hacer mudanza” decía San Ignacio, cuya memoria precisamente toca hoy.
Además, Moli en su vejez vuelve a estar “alta” y Gumi y Berto no saben qué hacer y lloran lastimosamente. Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Ya digo, hoy estaré sin salir de casa. No es buen día para los cambios. Es martes y trece, aunque en el calendario el uno y el tres estén bailados.

Aguas tuertas. Huesca. Verano 1992

Arlanzón a su paso por Burgos. Verano 1992

Iglesia de Santa María de Eunate. Navarra. Verano 1992

Puerto de Alicante. Verano 1991

Hoz del Júcar. Cuenca. Verano 1991

Tozal del mallo, Valle de Ordesa. Huesca. Verano 1992

Laguna negra de Urbión, Covaleda. Soria. Verano 1992

Valle de Pineta, Bielsa. Huesca. Verano 1992

Quien come huevos sin sal, come a su padre si se lo dan


Hoy han celebrado las del Hogar una fiesta. Cierran así este curso y se despiden hasta septiembre. Irene ha prometido convocarlas dentro de poco para poner los deberes, no sean que se envicien con la quietud. Pero no creo que vayan a seguir festejándolo.
Cuando las señoras hacen fiesta, hacen comida; y cuando comen, siempre dejan. ¿Las sobras? A mi casa, “para que cenes esta noche”. Normalmente declino el regalo, o lo acepto y se lo paso a Pilar para que lo administre a su manera. Pero esta noche, al ver la tortilla de patata, he caído… en la tentación.
Me la he comido toda. Eran porciones de varias versiones de la exquisita receta española. Lástima que ninguna tenía cebolla y una sola poco hecha. Aún así no he dejado ni una miga.
Pero, cachis la mar, esa sal…
Ya no recuerdo cuando me borré de usarla. Creo que empezó la cosa cuando mi médica favorita me preguntó de manera rutinaria si echaba mucha en la comida, allá por mi 50º cumpleaños, que parece es la fecha en que el colesterol, la tensión y la próstata pasan a ser motivo de preocupación de los galenos respecto de sus pacientes de sexo V. Pero se consumó cuando cuidé de mis padres y me convertí en el amo y señor de los fogones familiares. No hay en mi cocina ni un solo grano. Todo, al natural.
De esta suerte, comer fuera de casa –o comer en casa algún guiso regalado– se ha convertido para mí en una forma sutil y perversa de suplicio: me gusta que me inviten, pero siempre como salado. Y es especialmente desagradable. Incluso nadar en el mar me disgusta por la sal que se me queda en los labios.
El caso es que ahora tengo mucho sueño y me apetece estar en la cama dormido; pero tengo mucho reseco, y estoy necesitado del agua fría de mi frigo. ¡Qué digo necesitado!
¡¡¡Muerto de sed!!!

Digitalizando mis diapositivas


Llevaban mis diapositivas muchos años durmiendo el sueño de los justos, a la espera de dar con algún invento que me ofreciera Internet para digitalizarlas. Ofertas no han faltado, pero ninguna me resultaba eficaz.
Incluso me cansé de mirar, porque casi todos los artículos sobre la materia empezaban diciendo “esas viejas diapositivas encontradas en la casa del abuelo…”; y el asunto me llegó a mosquear.
A pesar de todas las ventajas que han aportado las innovaciones tecnológicas, añoro aquellas reuniones para ver fotos juntos, y comentarlas. Ahora se hace individualmente, y aunque existe el chat, no es lo mismo que hacerlo unos al lado de los otros. Por eso siempre usé diapositivas; daban pie para realizar todo un rito comunitario que incluía –además del asunto propio a visionar– convocatoria, lugar y hora, la preparación del proyector y la pantalla, etecé, etecé. Y luego los bises, porque como en los buenos espectáculos, los momentos estelares piden repetirse.
El caso es que me pidieron fotos vía internet y, dado que ya conocía el camino que lleva a la tienda y por unos euros te devuelven las diapositivas y un cedé con las digitalizaciones, decidí hacerme mi propio artilugio aprovechando lo que tengo en casa:
1. La lámpara de luz que sube y baja.
2. Una caja de cartón.
3. Un trozo de plástico traslúcido.
4. Chinchetas.
5. Mi cámara de fotos.
Y como las imágenes son sobradamente expresivas, os dejo con ellas.







Esa imagen que asoma en la pantalla de la máquina de fotos es la de la cabecera de esta entrada.
Esa misma imagen me la digitalizaron en la tienda hace unos años. Honradamente, me gusta más la de arriba, ¿o no?

¡Ya están colgadas todas las fotos de los campamentos!



Nunca he sido un as en nada reseñable, pero con una máquina de fotos creo que no hay ser mortal que funcione peor que yo. Aún así, durante muchos años he sido el maquinista oficial. Siempre, claro, que no estuviera presente Luis, que era un profesional de categoría; pero eso sólo ocurría en eventos bien señalados, como bodas, bautizos y similares, incluidas las primeras comuniones. Tenía que avisarle que no retocara a nadie, que mejor si eran fotos al natural. Trabajo me costaba contenerlo. Pero era el mejor.
Al campamento no iba Luis, de modo que era yo el que fotografiaba algunas cosillas, según me lo permitía mi responsabilidad, que era múltiple y variopinta. No llegaba más que a lo que buenamente podía, y sacaba lo que sacaba. A la vuelta del verano, solíamos convocarnos los que habíamos participado en el campamento del barrio, monitores y acampados, para proyectar las fotos y pasar un buen rato descubriéndonos y cachondeándonos los unos de los otros. Siempre eran diapositivas. Y no había orden ni concierto, porque editarlas resultaba del todo imposible, salvo que se hiciera un guión surrealista. En cualquier caso, con los medios que por entonces teníamos, no fui capaz de hacer más.
Así pues, resultaba una sesión gallineril, entre risas, gritos, comentarios y dedos asaltando la pantalla para señalar una cara, un cuerpo, una tienda o una montaña, a través de fotos faltas de luz, movidas o con la distancia mal escogida. También las había claras, luminosas, perfectas. Un solo defecto: trataban de evitar las individualidades.
Con la creación de la página web de la parroquia se me apuntó que las publicara, para que se pudieran disfrutar urbi et orbe. Y lo empecé a hacer. Digitalicé unos cientos, y dejé en ello muchos euros. Esperaba encontrar una forma más barata para el resto, más de quinientas, pero hasta ahora no he podido.
Aproveché la tarde de la fiesta de Santiago para proyectarlas y fotografiarlas. El resultado es pobrísimo, pero de momento no hay otra cosa. Cuando la encuentre o me la presten, trataré de mejorar su calidad.
Aviso, pues, al público interesado, que ya están completos todos los álbumes de fotos de los campamentos, incluidos los dos últimos que tuvieron una dinámica particular al ser de familias.
En https://sites.google.com/site/laparroquiadeguadalupe/los-campamentos-de-verano están visibles y disfrutables. Este es el remate que avisé en el post de ayer.

Entre foto y foto, veintiséis años


La foto es muy mala, porque está sacada de una diapositiva, pero no tengo otra forma de ponerlo. Es el cedro que ahora ocupa el centro del jardín cuando apenas tendría un par de años. Así lucía en el verano del 86. No me diga nadie que no apuntaba ya maneras… Basta para verlo comparar esta foto con la foto que corona la columna derecha de este blog.

Arriba a la derecha, y no hablo de política sino del paisaje (no confundir con paisanaje), asoma una rama del albérchigo que hubo de talarse porque se fue inclinando, amenazando mi casa. Le dio guillotina el bueno de Felipe, que no me consintió ni una pequeña ayuda. Eso ocurrió en el verano del 99.

Y aquí, en primera fila también a la derecha -y van tres, pero no se piense nadie que vaya con segundas- se vislumbran las puntas aceradas de la yuca que no consentimos que creciera más; era un peligro puntiagudo para las fieras corrupias que por entonces, y por ahora, frecuentaban estos lugares.

El resto sigue tal como entonces. Bueno, sí, las parras aún eran jóvenes y de uvas, las justas.

Esto es lo que ha dado de sí una tarde solemnemente vacía, que es que ya al señor Santiago ni se le tiene en cuenta ni se le respeta.

No obstante he sacado algún beneficio de esta no fiesta, de lo cual rendiré cumplida cuenta en cuantito esté del todo rematado. Y será no tardando.

Los pies


Montes Atilanos

Con ellos vamos haciendo camino donde no lo hay, o recorremos el que ya está marcado por el paso del tiempo y de los peregrinos. Los pies del caminante van dejando huella de su paso, lo mismo que sus manos, que su todo.
Esto no lo supe hasta que visité un enclave misterioso de mi tierra castellana: el Valle del Silencio.
Al borde del Camino de Santiago, entre Astorga y Ponferrada, un pequeño valle ya sobado por las hordas romanas en su desmedido afán por el oro de las Médulas, fue posteriormente convertido en un enorme cenobio por peregrinos que al ir o al volver se asentaron allí para terminar su periplo vital y religioso en el recogimiento, el trabajo y la plegaria. Así nació la Tebaida Berciana.
¡Ah, los pies que abren trochas en el bosque, que marcan senderos entre las peñas, que hacen caminos en lo profundo de los valles!
Dos años hace que me hicieron fijarme en las manos. Ahora quiero yo señalar los pies. Hay que tenerlos, y bien ejercitados, porque este valle merece la pena recorrerse caminando; en solitario o acompañado, no importa; calladamente, eso sí, para escuchar el viento, las aves, el agua del arroyo o de la fuente, el mecerse de las ramas y nuestros propios pasos sobre los guijarros del sendero.
Si ocurriera que te apeteciera visitarlo, sírvate este reportaje fotográfico como adelanto de lo que te espera.



Créeme si te digo que es lo mejor que tengo para ofrecerte en el día del Señor Santiago.

La cuenta de la vieja



Es tan simple que está al alcance de cualquiera. Dos más dos, cuatro. Y si hay cuatro, no se pueden gastar cinco. Para hacerlo, hay que pedir prestado uno. Claro que si te lo prestan, has de devolverlo. No uno, uno y algo más. Y ahí está el quid. Si se fían de ti, no te lo pondrán difícil; todo lo contrario de si no eres de fiar, que entonces intentarán aprovecharse. ¿Cómo? La cosa habrá que explicarla. Veamos.
Hubo una vez un judío que prestó a un cristiano. No le puso un tanto de interés por su dinero. No. Exigió de rédito una cierta cantidad de carne de su propio cuerpo. Una barbaridad, ¿verdad? Aún así el cristiano aceptó. El judío sabía de sobra que el cristiano nunca podría saldar su deuda. Por eso puso esa condición.
Ahora viene un señor ministro y dice que el mercado, o los mercados, son irracionales. Bien, una cosa es que sean imprevisibles, y otra que sean irracionales. Hay una, dos, tres y hasta cuatro razones por lo menos que mueven a los mercados; pero la irracionalidad no está en ellos, sino en quien se mete sin pensar. Y yo creo que este buen señor, al decir esto, o antes, no ha pensado bien, o al menos lo suficiente. (Como según me han dicho este caballero procede del mundo de las finanzas, tengo para mí que calla más que habla; vamos, que no dice todo lo que sabe.)
Si a Alemania le piden menos del 1% y a España más del 7% la cosa está clarísima. Quien se está llevando los euros a espuertas es Alemania.
Lo que yo me pregunto ahora es ¿quién demonios le presta a Alemania a menos del 1, pudiendo prestarle a España a más del 7?
¿Temen, acaso, que España no pague? ¿Cuándo ocurrió tal cosa? Yo no lo recuerdo. Pero si realmente quisieran que pagase, lo tendrían bien fácil: poner un tipo a su medida, no una salvajada.
Está claro, ya lo digo y me repito: hay una intención racional de distanciar a ambos países, romper el sueño europeo y acabar con esa moneda artificial, todas los son en realidad, que se llamó euro. Y me está dando por pensar que Alemania está en el ajo. Y mira que no quiero ser, ni parecer, malpensado…
Vieja friendo huevos. Diego Velázquez, 1618. ‪National Galleries of Scotland‬

María de Magdala, La Magdalena. Santa por la gracia de Dios


Jesús resucitado y María Magdalena. Tiziano
 
Así, tal como lo pintó Tiziano lo relatan los evangelios. Sí, María de Magdala, – La Magdalena–, fue la primera persona a la que Jesús resucitado se dirige para darse a conocer y para convertirla en la primera testigo de su victoria sobre la muerte.
Este hecho tan sencillo fue sin embargo transcendental, aunque la historia y sobre todo los manejos poco ortodoxos, tratan de aparcarlo a un lado.
No fue casualidad, ni una suerte de lotería que le tocara a María. Fue elegida, pero ella también puso de su parte. Para entenderlo hay que empezar a mirar las cosas con perspectiva y desde mucho antes.
Hoy, que es su día, Santa María Magdalena, bien merece la pena entretenerse un poco y repasar cosas ya leídas y tal vez olvidadas.

LAS PROSTITUTAS VAN DELANTE

Comenzaba el mes de Nisán, el de la primavera. La llanura de Esdrelón amaneció vestida de margaritas amarillas y lirios silvestres. Todo el campo olía a tierra húmeda esperando los nuevos brotes. En dos días dejamos atrás Galilea y Samaria. Íbamos hacia Judea, la tierra seca.

Al tercer día de camino, vimos aparecer allá al fondo la silueta de Jerusalén, la ciudad santa, preparándose ya para la próxima fiesta de Pascua.

María - Jesús, hijo, tengo miedo.
Jesús - ¿De qué, mamá?
María - De Jerusalén. Otras veces, cuando veía de lejos las murallas de la ciudad, me parecía la corona de una reina. No sé, ahora me parecen muchos dientes de piedra, como si fuera una gran boca abierta, amenazando.
Jesús - Jerusalén es una reina, sí, pero una reina asesina. Cuando un profeta levanta la cabeza para denunciarla, esa gran boca se cierra y muerde.
María - ¡Ay, hijo, por Dios, no hables así, que me asustas más todavía!

Ya estaba oscureciendo cuando, muy cansados y con los pies llenos de ampollas, cruzamos por la Puerta que llaman del Pescado y entramos en Jerusalén. Teníamos que pasar cerca del muro de los asmoneos, donde todas las noches, en hilera y muy pintarrajeadas, se exhibían las prostitutas de Jerusalén.

Salomé - ¡Oye a esas mujerzuelas cantando! Pero, ¿es que no tienen vergüenza?
Felipe - Bueno, doña Salomé, si la mercancía no se anuncia, no se vende. Cuando yo iba con mi carretón hacía lo mismo.
Salomé - No seas indecente, Felipe.
Felipe - Además, ahí donde usted las ve, esas mujeres son unas infelices.
Salomé - Para ver ya tengo bastante con nuestra “magdalenita”. Mírala, fíjate cómo se le van los ojos hacia allá.
Filomena - ¡María, María!

Cuando nos dimos cuenta, María, la de Magdala, ya había echado a correr para saludar a aquella amiga suya que le hacía señas desde el muro.

Salomé - ¿No te lo dije yo, Felipe? ¡La cabra tira al monte!

En el muro, Filomena recibió a María con abrazos y besos.

Filomena - Caramba, Mariíta, ¿y qué vientos te traen por acá, muchacha?
Magdalena - Eso digo yo, Filomena, ¿qué haces tú aquí en Jerusalén? ¿Qué se te perdió en esta ciudad de locos?
Filomena - Se me perdió la vergüenza. Pero, aparte de eso, nada más. María, muchacha, tú estás joven todavía, pero yo doblé ya la curva de los treinta. Antes los clientes corrían detrás de mí. Ahora soy yo la que corro detrás de ellos, ¿comprendes?
Magdalena - ¡Y tanto corriste que llegaste a Jerusalén!
Filomena - Así mismo, compañera. Pero, por lo visto, tú también te mudas a la capital. ¿Qué? ¿Te fueron mal las cosas en Cafarnaum?
Magdalena - No, Filomena, lo que pasa es que ya dejé el negocio.
Filomena - ¿Cómo? ¿Qué oigo? ¿Nos has traicionado? ¡No te lo creo, María!
Magdalena - Pues créemelo, Filo. Desde hace un par de meses no le echo sebo a la lámpara.
Filomena - ¿Y qué haces ahora, muchacha, dime?
Magdalena - Me metí en otro negocio, Filo.
Filomena - ¿Qué? ¿Contrabando de púrpura? ¿Amuletos de cocodrilo?
Magdalena - No, nada de eso. Reino de Dios.
Filomena - ¿Reino de Dios? ¿Y con qué se come eso?
Magdalena - Parece que Dios se cansó de todo esto y sacó la jeta por entre las nubes y dijo: ¡Aprendan a nadar los que no sepan porque ahí les va otro diluvio peor que el primero!
Filomena - Pero, María, ¿qué estás diciendo?
Magdalena - ¡Pssh! Aquí se va a armar un lío grande, Filomena. ¡Los de arriba para abajo y los de abajo para arriba! Yo, por si acaso, ya me apunté en el Reino de Dios.
Filomena - Por el prepucio de Sansón, ¿pero tú te has metido en política, María? ¡Esto es lo último que me faltaba por oír! ¡Ay, qué gracia! Bueno, claro, al fin y al cabo, la política y nuestro negocio tienen mucho parecido. Pero dime, ¿y a quién apoyan ustedes, a los zelotes, a los saduceos o a quién?
Magdalena - ¡Y qué sé yo, Filomena! Yo de eso no entiendo nada. Pero yo voy a donde él va.
Filomena - Pero, ¿de quién me estás hablando?
Magdalena - De Jesús.
Filomena - ¿Y quién es ése?
Magdalena - El mejor tipo que he conocido en mi vida.
Filomena - ¡Ah, ya, ahora caigo de la mata! Ese tipo se enamoró de ti. Y te trajo a Jerusalén.
Magdalena - No, Filo, nada de eso.
Filomena - Bueno, te enamoraste tú de él, que para el caso es lo mismo.
Magdalena - Te digo que no. Esto es otra cosa. Jesús es un tipo especial. ¡Está un poco chiflado, eso sí, pero es un profeta! No, un profeta no. ¿Sabes lo que te digo, Filo? ¡Que Jesús es el mismísimo Mesías!
Filomena - No me extraña. Por este muro pasan todas las noches una docena de Mesías con espada y todo.
Magdalena - Este moreno es distinto, Filo. Cuando habla, cuando te mira así de frente…
Filomena - Tú eres la que estás distinta, María.
Magdalena - Y tú también si lo conocieras. Ea, Filo, ven un momento a saludarlo, ¡anda, ven!
Filomena - Espérate, María, que aquí, a donde va una, van todas. ¡Eh, muchachas, escondan un poco la mercancía y vengan a verle la nariz a un profeta! ¡No se pierdan esto, vengan!

Al poco rato, estábamos rodeados de mujeres mal vestidas, con mucha pintura en la cara y oliendo fuertemente a jazmín.

Magdalena - Bueno, este moreno es Jesús, el que les dije. Y todos éstos son sus amigos. Esta es Filomena, una colega de allá de Magdala y todas estas, sus amigas y…
Filomena - Y para presentaciones ya está bien, ¿no? Vamos, paisano, desembucha, ¿qué lío es ése del Reino de Dios que se traen ustedes? María ya me estuvo contando algo.
Prostituta- ¡A mí me interesa más el rey que el reino, a ver si le caigo simpática! Dime tú, galileo, ¿quién va a sentarse en el trono cuando canten victoria? ¿Tú mismo?
Jesús - No, qué va. En el Reino de Dios ya no habrá tronos ni reyes ni jefes que opriman a los de abajo. Nadie por encima de nadie. Todos hermanos.
Filomena - ¡Me gusta eso, caramba, a ver si yo también puedo librarme de unos cuantos que vienen a babearme encima! ¡Demonios, ésos también te oprimen, ja, ja, ja!

Mi madre Salomé no pudo contenerse…

Salomé - Mira, muchacha, no seas desvergonzada. Para limpiarte esa baba, no tienes que esperar al Reino de Dios. Deja hoy mismo la mala vida que llevas y arrepiéntete.
Filomena - ¿Ah, sí, verdad? Qué facilito lo pinta usted, ¿verdad? Yo no sabía que el arrepentimiento servía para hervir una sopa. A ver, paisana, dígame, ¿cuántos hijos tiene usted?, y perdone el atrevimiento.
Salomé - Tengo dos, a Dios gracias.
Filomena - Pues yo tengo ocho, al diablo las gracias. Al diablo y a mi marido, que debe ser primo hermano de Satanás, porque me dejó ocho veces preñada y ahora se largó y no me ha dado ni un céntimo para criar a mis ocho hijos. ¿Y qué quiere usted que haga, señora? Usted se cree muy señora porque no enseña el ombligo en la calle, ¿verdad? ¡Tampoco Eva enseñó el ombligo porque no lo tenía y mira lo que hizo!
Magdalena - Vamos, Filomena, no te pongas así que se te corre la pintura.
Filomena - ¡Es que me da rabia, María! ¡Caramba con la señora!
Prostituta- Pues a mí lo que me da es ganas de que venga pronto ese Reino de Dios, a ver si mejora la situación, porque a este paso ni con ombligo ni sin ombligo!
Muchacha - ¡Sí, hombre, que sacudan la mata de una vez y tumben a todos los parásitos que están trepados en las ramas!
Felipe - ¡Pshh! No grites tanto, greñuda, que por aquí tiene que haber muchos guardias!
Filomena - ¡Bah, si es por eso! Escuchen, galileos, y tú, Jesús, que debes ser el de la cabeza más caliente: cuando den el golpe, vengan a esconderse aquí con nosotras. Es el sitio más seguro, de veras te lo digo. ¡Nadie va a buscar al Mesías en el burdel de Filomena!
Prostituta- ¿No dicen que fue una colega nuestra la que le salvó la vida a nuestros abuelos cuando pusieron la primera pata en esta tierra? Pues ya saben, cuando empiecen los puñetazos, aquí tienen un buen sitio donde refugiarse.
Jesús - Y cuando empiece el Reino de Dios, ustedes también tendrán un buen sitio, Filomena, un sitio seguro para ti y para tus compañeras. Te lo prometo.
Prostituta- Bueno, bueno, no hablemos de cosas tristes, que la noche la hizo Dios para descansar y alegrarse. Eh, tú, la de los lunares, tú que sabes entonar, échale alguna copla de bienvenida a estos paisanos, ¡que todavía traen encima tierra galilea porque ni las pantorrillas se han lavado!
Muchacha - Pues ahí va mi copla:
A ustedes los galileos
les dedico esta canción
si alguno es mejor coplero
que salga de respondón.
Filomena - ¡Vamos, ahora les toca a ustedes!
Jesús - Arriba, Felipe, tú ahora…
Felipe - Eres muchacha bonita
pero de cabeza loca
eres como una campana
que cualquiera llega y toca.
Filomena - ¿Ah, sí, verdad? ¿Con que campana, verdad? ¡Respóndele a ésa, Monga!
Prostituta- Dicen que el ají chiquito
pica más que la pimienta
más pica tu mala lengua
que sin permiso me mienta.
Filomena - ¡Vamos, vamos, otra! ¡A ver quién gana!
Pedro - Bueno, ahí va una para echar aceite en la herida…
Si yo fuera cantador
mi vida yo te cantara
por ese par de lunares
que tú tienes en la cara.
Salomé - ¡Pedro, no seas fresco, que si se lo cuento a Rufina te va a poner un lunar, pero en otro lado!

Aunque estábamos muy cansados después del viaje, la alegría de aquellas mujeres nos contagió y comenzamos a dar palmadas y a responder a sus coplas. En medio de aquella algarabía, no nos dimos cuenta de lo que pasaba a nuestra espalda.

Fariseo - ¡Mira quién está ahí! ¡Jesús, el galileo! ¡Así lo quería ver yo, arrimado a las prostitutas!
Colega - ¡Parece mentira! ¡Y ése es el que se llama profeta de Dios! ¡Indecente!
Jesús - ¡Eh, ustedes! ¿No quieren venir a cantar y bailar con nosotros?

Los ojos de Jesús se habían cruzado con los de aquellos fariseos, cumplidores de la Ley.

Jesús - Ya que estamos echando coplas, les voy a dedicar ésta a ustedes. Escuchen:
Un padre tenía dos hijos
y a los dos los invitó
a trabajar en su finca
desde que saliera el sol.
El primero dijo no
pero luego le hizo caso
fue a la finca y trabajó.
El segundo dijo sí
pero luego no dio un paso
y no se movió de allí.
Felipe - ¿Y esa copla tan rara, Jesús? Yo no la entendí.
Jesús - Pues aquellos parece que sí la entendieron, porque se han ido. Ellos son los que dicen sí y luego no hacen nada. ¡Hipócritas! Todas estas mujeres valen más que ellos y entrarán primero en el Reino de Dios.
Felipe - Olvídate de eso ahora, Jesús.
Filomena - Sí, déjalos que se vayan. ¡Vamos, Magdalena, échate otra copla y que se alegre el ambiente!
Magdalena - Pues allá va…
Escuchen bien, fariseos
que se creen tan importantes
en este Reino de Dios
las putas van por delante.
Todos - ¡Bien dicho! ¡Otra, otra!

Nos quedamos todavía un buen rato cantando junto al muro de los asmoneos. Jesús estaba muy contento, igual que David cuando bailó en presencia del Señor con las criadas de Jerusalén el día que llevó a la ciudad santa el Arca de la Alianza.



Mateo 21,28-32


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En Jerusalén, ciudad con gran tráfico de comerciantes, lugar de paso de caravanas, peregrinos y «turistas», abundaban las prostitutas. Con ocasión de las fiestas, las posibilidades de trabajo de estas mujeres aumentaba considerablemente. La mayoría de ellas era –como aún sucede generalmente en nuestros países­– de clase social muy baja. Eran mujeres abandonadas por sus maridos, a veces con hijos a los que tenían que alimentar con su esfuerzo o muchachas –como la Magdalena– metidas en el oficio desde muy jóvenes por necesidades económicas, sin posibilidad ya de romper con ese mundo, al que terminaban por acostumbrarse.

Jesús tuvo predilección por las prostitutas. Y esto debe ser interpretado como un signo de profundidad teológica. No fue una predilección paternalista, del maestro puro que se acerca por compasión a la mujer descarriada. Fue una honda simpatía, que le hacía ver en estas mujeres –uno de los estratos más pobres de la sociedad de su tiempo y por eso más necesitado de liberación y esperanza– a las preferidas de Dios. Por mujeres y por prostitutas, ellas eran quizá lo más marginado que uno podía encontrar en Israel. Jesús, sensible a su situación, llegó a decir algo auténticamente escandaloso: Ellas, las rameras, serías las primeras en entrar en el Reino de Dios, junto con los tramposos y mal vistos colaboradores de impuestos. Aquello fue una subversión de toda la moral de su tiempo y por eso produciría una reacción escandalizada ya no sólo entre las clases dirigentes, sino entre gente como Salomé o algunos de los discípulos.

Es pura novela hacer de María Magdalena una mujer enamorada de Jesús. No hay que acudir a este tópico barato para explicar la conversión de aquella pobre mujer. Jesús, al relacionarse con ella de igual a igual, al admitirla en el grupo de sus amigos, al confiar en ella, le devolvió su dignidad perdida. Esto la puso en pie y la hizo cambiar, le hizo intuir cuál era la justicia que Jesús anunciaba cuando hablaba del Reino. La justicia que a ella, pobre entre los pobres, nunca nadie le había hecho, iba a llegar también para las mujeres de su clase, que no tenían en la sociedad más puesto que el de una total dependencia de los caprichos de los varones. Por la esperanza puesta por Jesús en las prostitutas, por su actitud con ellas, Magdalena entendió quién era Dios y cómo era su Reino. Todo esto basta para explicar lógicamente el entusiasmo de María por la causa de Jesús y su cariño por él, sin tener que acudir a ningún romanticismo.

Filomena, la amiga de María, al invitar a Jesús a esconderse en su burdel, está evocando a Rajab, la prostituta de Jericó que salvó a los dos exploradores israelitas que prepararon el camino del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida (Josué 2, 1-24). La carta a los Hebreos alabará la fe de esta ramera (Hebreos 11, 31) y Mateo la incluirá, precisamente por su gesto de solidaridad, en la genealogía del mismo Jesús, más que por fidelidad histórica, como un signo de la cercanía que tienen de Dios estas mujeres a quienes todos rechazan. La copla que Jesús canta contiene el tema de la parábola de «los dos hijos». Es una idea que Jesús repite a lo largo del evangelio, para mostrar cómo los que sólo tienen palabras con las que justificarse y están seguros de sí mismos, satisfechos con lo buenos que son –esos doctores que le escuchan y todos los dirigentes de Israel– se quedarán fuera. Y los otros, los pobres, los señalados con el dedo como inmorales, entrarán en la fiesta de Dios.

La escena de Jesús, cantando con las prostitutas de Jerusalén, está inspirada en el gesto del rey David cuando a la entrada en Jerusalén, acompañando el arca de la alianza, bailó con las criadas y mujeres del pueblo (2 Sam 6, 1-23). En aquella ocasión, la actitud de libertad del rey causó escándalo y le dijeron que se comportaba como «un cualquiera». Iguales críticas se hicieron contra Jesús. Resultaba un escándalo que un profeta se mezclara con aquella ralea, y sobre todo, que se mostrara tan a gusto entre ellas. Tanto en el gesto de David como en el de Jesús, hay un signo que nos revela quién es Dios: El que se hace «uno de tanto entre sus hijos más despreciados».

Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 742-749]

Informe 202 barra 12


Bañándonos en el Alto Tormes, año 1980

Como esto es un blog personal, no es extraño que se deslicen por él cosillas que a nadie importe, y de las que el propietario, o sea yo, no de explicaciones.
Sin embargo, en realidad no tengo secretos, es decir, no existe en mi vida y en mi persona nada que sea o deba ser invisible. Si se ve, se ve; si no, pues tal vez no exista.
Así que lo que está a la vista, se puede ver; insinuaciones incluidas.
Hay sin embargo cosas que si no se dicen, no se saben; porque nadie las mira. Y eso es lo mismo que no verse.
Por ejemplo: mi vuelta americana.
Hace más de un año lo conté aquí, y hoy lo recuerdo. Por un accidente, del que todavía siento algún dolor en el empeine de mi pie izquierdo, empecé a aprender dar la vuelta americana en mis ejercicios natatorios.
Esta es la fecha en que puedo decir y digo que me sale con toda naturalidad, y que, sin llegar a perfección alguna, me doy a mí mismo notable.
Como es de comprender, tengo que decirlo en alguna parte, porque en la piscina cada quien va a lo suyo, y allí el diálogo no existe, salvo el hola y adiós que nos decimos al reconocernos los habituales.
Y este es tan buen lugar como otro cualquiera.
Aprovecho la ocasión para ensalzar las bondades del ejercicio físico, sea andar, correr, saltar, escalar o bucear. Yo de momento ando y nado. Lo de andar en bici es por necesidad, y para ahorrar tiempo. De paso ahorro pasta, o sea, el completo.

La lliclla de Eloy



¡Anda que es difícil pronunciar esta palabra! Es más llevadero tirar por lo sencillo y decir la manta peruana. Sin embargo, cuando me la trajo Eloy Arribas de su Perú querido usó el nombre de allá, lliclla. Y al desempaquetarla y entregármela, sonreía con su mostacho descubriéndole los dientes, mientras con los ojos empequeñecidos observaba mis gestos de asombro, de puro gusto. ¿Para mí? Sí, es un regalo de las señoras para ti.
Luego me explicó el uso que allí le dan, doblándola de una manera magistral para llevar al bebito bien junto al pecho.
¡Ay Eloy! Mira que traerme una lliclla a mí, solterón sin remedio y sin final. Pues aquí te la dejo; y se marchó.
Esta noche, tras la visita de A, y por culpa del calor agobiante, estoy como tocado del ala. Y sudando por todos los poros de mi piel he dado en mirar la lliclla de Eloy que tengo suspendida en la pared desde el día siguiente a recibirla, y he vuelto a vivir en el pasado.
Sin embargo la lliclla sigue, aquí y ahora, y lo digo precisamente hoy que ha venido A a ofrecerse para todo lo que sea, él que se ha pasado hasta jubilarse en otra parte y ahora la enfermedad le ha incapacitado para una dedicación plena. Ha venido a decir ¡aquí estoy! por lo que dure.
Sí, tenemos medida, aunque no sepamos cuál sea. No importa. Lo que cuenta es que nos usen para lo que sirvamos, sea lo que sea, hasta cuando sea.
Esta lliclla tal vez se tejió para el turismo. Eloy le dio otro destino. Y ahora a mí me sirve de recordatorio. Con eso me basta.

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