Ni una, ni dos. ¡Tres!


Alguien desde los negocios interesantes calculó que estos espacios libres de edificios, aunque fueran agrícolas desde tiempos inmemoriales, podrían albergar recoletos complejos residenciales para las personas ancianas. Tentó a la administración local, y acertó.
Así, junto a urbanizaciones de adosados y bloques de pisos, empezaron a construirse residencias para la tercera edad. El primero, el más humilde, aprovechó las naves de la antigua fábrica de botones que existía en el camino viejo de Simancas. Es La Arbolada, de la que ya he tratado en este blog.
Posteriormente, en el callejón de la Alcoholera, en lo que fue una quinta de recreo, se construyó Raíces IV, que, como ese número indica, hace el cuarto complejo de una red que está repartida por toda la ciudad, con preferencia en la zona sur, o sea, bien cerquita.
Pero fue la urbanización Santa Ana la que propició las mejores condiciones de instalación de hospedaje, temporal o permanente, para este tipo de empresas.
Brotó de nueva planta El encinar del Rey, promovido por empresas locales, que tal vez previendo que la albañilería tenía límites, diversificaron su gestión hacia fines y objetivos aún en ciernes, pero con expectativas de futuro. Más que residencia es macro. Enorme.
Al calor del nuevo fuego acudió otra empresa ya con solera, que probó en Valladolid, tras tener asegurado el negocio en otras partes del estado. Así llegó Sanyres. Más enorme aún que la anterior.
Y finalmente, en plan cooperativa o similar, y por iniciativa de los propios interesados, acaba de llegar Profuturo. Es un estilo de vida diferente, en camino hacia lo previsible pero aún no. De modo que de momento viven juntos, pero separados.
Todos estos complejos para personas mayores han pasado por la rectoral para presentarse y pedir auxilio. A todos, en primera instancia dimos la bienvenida, pero excusamos la atención concreta que solicitaban. Hasta que ha llegado lo inevitable.
Así empecé por La Arbolada, tras un tiempo en que fueron atendidos por un jesuita. Ya he contado algo de esto, no me repito.
Ahora continúo por Sanyres y Raíces IV, cuyo capellán marianista emigra. Hoy empiezo. Ya iré contando cómo va la cosa.
Los otros dos, de momento se defienden. Cuando tenga que llegar, llegará, y los sumaré para que sean, no tres, cinco.

Plantas por doquier


Acabada la faena de regar plantas, caigo en la cuenta de que aquí hay macetas por un tubo. Casi la hora me ha supuesto aportar agua al plato de cada tiesto, de los tantos que tengo en este pequeño mundo del que he de cuidar, porque no hay otro. No hay otro que lo haga.
Entre los que siempre tuve, los que surgieron porque unas plantas se multiplicaron y los que la gente ha ido trayéndome, –sin contar por supuesto el jardín parroquial propiamente dicho–, tengo a mi cargo más o menos… cien.
Están repartidos por todo el complejo, incluida mi casa y aledaños. No hay, única y exclusivamente por razones de espacio, en las salas de catequesis, que son justas de dimensiones para la función que desarrollan. Todo lo demás es lugar apto para contener macetas con plantas vivas. Ni por asomo se me ocurriría tener plantas artificiales, no importa el material en que estuvieran hechas.
Una sola excepción: unos claveles tejidos por mi madre, que los trajo a los principios, cuando ni tiempo de regar tenía.
Así que, sin hacer exhaustiva la lista, ahí van algunos ejemplares:


En el atrio del templo


En el hall del templo
En el presbiterio


En el portal


En la sala de espera


En el despacho parroquial


En las escaleras


En mi casa


Alguien dirá que no están muy lozanas. Puede ser, pero uno hace lo que buenamente sabe y puede. El resto que lo hagan ellas mismas y la madre naturaleza.
Y si surgiera la pregunta del porqué de tanto tiesto, incluso donde ni es habitual ni parecería digno por ser lugar principal y reservado según qué y quién para nada que parezca profano… empiezo a pensar qué podría responder, porque no lo tengo elaborado. Veamos.
Pues no. ¿Por qué habría de razonar tener en cualquier sitio vacío una planta viva? Si en su lugar hubiera un cuadro, o una talla, o un jarrón, nadie preguntaría por qué. En todo caso, si el motivo fuera religioso, entenderían que aquello contribuye a entrar en ambiente, incluso tal vez sirviera como apoyo catequético recordando episodios bíblicos o del santoral. Eso mismo tal vez tuvieran en su mente quienes desde hace siglos llenaron iglesias de santos y santas, cristos y vírgenes, en forma de retablos que ocupaban sin dejar vacíos los muros de los templos.
A parte de que una planta por sí misma es y no necesita mayor razonamiento, sólo se me ocurre añadir que aquí hay plantas porque no tenemos santos y porque además de bonitas, son de balde. ¿No es más que suficiente?



He tenido un sueño


Creo que ninguna de las páginas de internet que visito asiduamente, interesado por la seriedad de sus temas y la profundidad con que los abordan, se olvidó ayer de recordar aquel discurso durante la marcha por los derechos civiles que pronunció Martin Lhuter King hace cincuenta años.
Yo también quiero hacer público mi recuerdo porque es historia. Está en mi memoria, aunque en su momento no tenía ni edad ni capacidad para digerirlo. Sin embargo, recuerdo que cuando veía por la tele aquella masa humana caminar hacia el capitolio de made in usa no entendía que sólo estuviera refiriéndose a un asunto doméstico de rivalidad, mejor dicho de opresión, de razas o etnias. Pensaba, eso creo ahora, que aquello apuntaba hacia otras metas más amplias y más profundas y más duraderas.
Ahora veo que las palabras de aquel profeta afroamericano se quedaron en casa, y para uso interior.
Comparar a Obama con King, ya lo puse en duda en su momento. Ahora mismo, cuando vuelven a sonar tambores de guerra en dirección a Siria con olor nauseabundo a crudo, lo tengo demasiado claro. Para nuestra desgracia.
Por mucho que sobemos las palabras, nuestros pasos siguen siendo vacilantes y tropezamos en la misma piedra una y un millón de veces.
¡Qué pena!
Aún así, no me resisto a colgar en mi pequeño mundo el texto íntegro de aquel discurso, que aún tiene vigencia, y la tendrá por muchos años a no ser que todos los seres humanos individualmente y en conjunto entremos en razón.
Es gentileza de Ángel García Forcada.



“TENGO UN SUEÑO”. DISCURSO DURANTE LA MARCHA POR LA LIBERTAD A WASHINGTON”. 28 de Agosto de 1963, Washington D.C. Martin Luther King fue presentado como “el líder moral de nuestra nación” y habló a la sombra de la estatua sedente de Abraham Lincoln.
 ”Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que será la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país (…)
Hace cien años, un gran americano bajo cuya sombra simbólica estamos hoy en pie, firmó la Proclamación de la Emancipación. Este decreto trascendental vino como un gran rayo de luz de esperanza para millones de esclavos negros, abrasados bajo las llamas de una injusticia marchita. Vino como un gozoso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero cien años después, debemos afrontar el trágico hecho de que el Negro aún no es libre; cien años después la vida del Negro todavía está lisiada tristemente por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el Negro vive en una solitaria isla en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el Negro todavía languidece en los márgenes de la sociedad americana y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Así que hemos venido hoy aquí a representar el drama de una condición vergonzosa. En cierto sentido hemos venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del cual cada americano sería el heredero. Este pagaré era la promesa de que todo hombre, sí, el negro y el blanco, tendrían garantizados los derechos inalienables de vida, libertad y búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy día que América ha incumplido este pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, América ha dado a la gente negra un cheque defectuoso, un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos insuficientes” (…). Pero rehusamos creer que el Banco de la Justicia se halle en bancarrota. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes cúpulas de la oportunidad de este país. Y por ello hemos venido a cobrar este cheque, el cheque que responderá a nuestra demanda de la riqueza de la libertad y de la seguridad de la justicia. (…)
También hemos venido a este sagrado lugar para recordar a América la impetuosa urgencia del ahora. Este no es el momento de permitirse el lujo de enfriar la situación o tomar las drogas tranquilizadoras del gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de Democracia; ahora es el momento de salir del valle oscuro y desolado de la segregación al camino luminoso de la justicia racial, ahora es el momento de abrir las puertas de la oportunidad a todos los hijos de Dios. Ahora es el tiempo de levantar a nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la hermandad. Ahora es el momento de hace reales las promesas de la democracia.
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia de este momento y subestimar la determinación del Negro. Este verano ardiente por el descontento legítimo del Negro no pasará hasta que no haya un vigoroso otoño de libertad e igualdad. 1963 no es el fin, sino el principio. Aquellos que pensaban que el Negro necesitaba desahogarse y ahora estará contento tendrán un áspero despertar si el país regresa a sus asuntos como sin nada hubiese pasado (…). No habrá descanso ni tranquilidad en América hasta que al Negro se le garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los fundamentos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente, a aquellos que permanecen en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. En el proceso de ganar el lugar que nos corresponde, no debemos ser culpables de hechos censurables. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la taza de la injusticia y el odio (…). Debemos por siempre conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No podemos permitir que nuestras protestas creativas degeneren en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de enfrentar la fuerza del alma a la fuerza física. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad Negra no debe llevarnos a desconfiar de todos los blancos; porque muchos de nuestros hermanos blancos, como puede verse hoy por su presencia aquí, se han dado cuenta de que su destino está ligado a nuestro destino (…) y su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No podemos caminar solos.
Y conforme caminamos, debemos hacer la promesa de que siempre marcharemos hacia delante. No podemos retroceder.
Existen aquellos que están preguntando a los seguidores de los Derechos civiles, “¿cuándo estaréis satisfechos?”. Nunca podremos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, cansados por el cansancio del viaje, no puedan alojarse en los moteles de carretera y en los hoteles de la ciudades; no podremos estar satisfechos mientras la básica movilidad del Negro sea de un gueto pequeño a otro más grande; nunca podremos estar satisfechos mientras que nuestros hijos estén despojados de su personalidad y robados de su dignidad por un letrero que diga “sólo para blancos”. No podremos estar satisfechos mientras que el Negro de Mississippi no pueda votar y el negro de Nueva York piense que no tiene nadie por quién votar (…). ¡No! ¡No!, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que “la justicia corra como las aguas y los derechos como un impetuoso torrente” (…).
Soy consciente de que algunos de vosotros habéis venido hasta aquí tras grandes esfuerzos y tribulaciones. Algunos de vosotros habéis llegado aquí recién salidos de las estrechas celdas de las prisiones. Algunos de vosotros habéis venido de zonas donde vuestra demanda de libertad os ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y maltratados por los vientos de la brutalidad policial. Vosotros habéis sido los veteranos del sufrimiento creativo. Continuad trabajando con la fe de que el sufrimiento no merecido es redentor. Regresad a Mississippi; regresad a Alabama; regresad a Carolina del Sur; regresad a Georgia; regresad a Louisiana; regresad a los barrios de chabolas y a los guetos de nuestras ciudades del norte sabiendo que de alguna manera esta situación podrá y será cambiada. No nos abandonemos en el valle de la desesperación.
Todavía os digo a vosotros, amigos, que a pesar de que afrontamos las dificultades de hoy y de mañana, todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano: que un día esta nación surgirá y vivirá verdaderamente su credo: “nosotros mantenemos que estas verdades son autoevidentes: que todo hombre es creado igual” (…). Yo tengo un sueño que un día en las rojas colinas de Georgia los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos amos de esclavos podrán sentarse juntos en una mesa de hermandad.
Yo tengo un sueño de que un día incluso en el estado de Mississippi, un estado desértico y ardiente con el calor de la injusticia y la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia. Yo tengo un sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño que un día el estado de Alabama, con su racismo vicioso, con su Gobernador cuyos labios gotean palabras de interposición y anulación, se transformará en una situación donde pequeños niños y niñas negros podrán unir sus manos con pequeños niños y niñas blancos y caminar juntos como hermanas y hermanos.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño de que algún día cada valle será elevado y cada colina y montaña se allanará. Los lugares más ásperos se aplanarán y los lugares torcidos se harán rectos, “y la gloria de Dios sea revelada y todo el género humano lo verá unido”.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que yo regreso al sur. Con esta fe seremos capaces de extraer desde la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe podremos transformar los sonidos discordantes de nuestra nación en una bella sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, orar juntos, pelear juntos, ir a la cárcel juntos, mantenernos en pie por la libertad juntos, sabiendo que un día seremos libres (…).
Ese será el día en que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado: “Mi país es tuyo, dulce tierra de libertad, a ti yo canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo de los peregrinos, desde cada lugar, dejemos resonar la libertad”. Y si América va a ser una gran nación, esto deberá hacerse realidad.
Así que dejemos resonar la libertad desde las cimas de los montes prodigiosos de New Hampshire. Dejemos resonar la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York. Dejemos resonar la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pennsylvania, dejemos resonar la libertad de las Rocosas nevadas de Colorado. Dejemos resonar la libertad desde los redondeados picos de California. Pero no sólo eso. Dejemos resonar la libertad desde la montaña de piedra de Georgia; dejemos resonar la libertad desde la montaña Lookout de Tennessee.
Dejemos resonar la libertad desde cada colina y montaña de Mississippi. Desde cada ladera, dejemos resonar la libertad.
Cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar el día en que todos los hijos de Dios, hombres blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podrán unir sus manos y cantar en las palabras del viejo espiritual Negro: “¡Libres por fin! ¡Libres por fin! ¡Gracias a Dios todopoderoso, somos libres al fin!” (…).
N. del T. Ángel García Forcada, Valdepeñas, 28.04.08, 6am.

Prueba de fuerza


Puente de Isabel la Católica o del Cubo. Fecha de construcción: 1954-57

Esta expresión, a lo que yo he vivido, tanto vale para un roto como para un descosido. Porque en mi niñez fui testigo de la prueba de fuerza realizada cuando se construyó el puente de Isabel la Católica sobre el río Pisuerga. Entonces pasaron sobre la reciente construcción no sé cuántos camiones cargados con tierra hasta arribota, y el puente ni se hundió ni siquiera tembló, a pesar de constar de un solo arco. Desde mi casa, en la Plaza de Tenerías, lo veía de continuo.
Más tarde, en mi madurez, acompañé a mi papá a una prueba de fuerza tras un infarto de miocardio. No la superó, no porque estuviera flojillo, sino porque no sabía pedalear. ¡Vaya tontada! ¿Verdad? Pues así fue. Sobrevivió más de veinticinco años, e hizo una vida normal, salvo la pastillita diaria de adiro, de la cual conservo su último envase, que dejó a medias.
Esta mañana he realizado la prueba de fuerza de mis propias fuerzas. Y ha resultado totalmente satisfactoria. Tanto que Sola, Gumi y Berto han querido repetirla. Y han puesto tanto empeño y tanta fogosidad, que no me he podido negar.
Véase:
De momento suben y bajan. Lo primero porque ayudan; incluso Sola ha sacado fuerzas de gordura para auparse hasta lo más alto; Berto y Gumi, que ya tienen experiencia, poco faltó para me arrollaran; se ve que ninguno de ellos quiere quedarse en hospedería prestada. Lo segundo, bajar, ya costó un poco más; no había forma de hacerles entender que era sólo eso, una prueba de fuerzas de un servidor.
Ahora sólo resta por probar si el pequeño corsa aguanta tanta carga de animalidad, racional e irracional, y de su correspondiente impedimenta, hasta alcanzar el lugar aquel hacia donde nos lleve el viento…

Mujer coraje: Mónica de Tagaste


Apparizione dell'angelo a Santa Mónica, Pietro Maggi. San Marco a Milano

Desde los tiempos de los Macabeos, incluso desde mucho antes, casi en los comienzos de la humanidad, madres ha habido para recordar. De la primera, Eva, no voy a decir nada, porque poco sé. Pero, a partir de ella, me sale un rosario, -cincuenta avemarías repartidas en cinco misterios-, de nombres femeninos paradigmas de tesón, tenacidad, persistencia, paciencia, amor y fe (no sigo para no ocupar demasiado espacio).
De su vida hay escrito lo que su hijo, Agustín de Hipona, dejó en sus Confesiones (Wikipedia y otros muchos portales lo recogen sobradamente). ¿Podría añadir algo más?
Quien visita este lugar ya sabe cómo pienso, de modo que tampoco me voy ahora a explayar. Mujer, esposa, madre y viuda. Lo recorrió todo. Una cosa fue desde el principio: mujer. O sea.
Pero su hijo la describe así, en sus Confesiones: “¡Qué voces te di, Dios mío, cuando, todavía novato en tu verdadero amor y siendo catecúmeno, leía con tranquilidad en la quinta los salmos de David –cánticos de fe, sonidos de piedad, que excluyen todo espíritu hinchado– en compañía de Alipio también catecúmeno, y de mi madre, que se nos había juntado con aspecto de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana!” (IX, 8).
Que no nos engañen las palabras, que por entonces mujer era muy poquita cosa y el baremo de todo era hombre. De su carácter, fuerza y contundencia da fe esto otro, también relatado por el de Hipona:
“Pero enviaste tu mano de lo alto y sacaste mi alma de este abismo de tinieblas. Entre tanto, mi madre, fiel sierva tuya, lloraba por mí ante ti mucho más que las demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque ella veía mi muerte con la fe y espíritu que había recibido de ti. Y tú la escuchaste, Señor; tú la escuchaste y no despreciaste sus lágrimas, que, corriendo abundantes, regaban el suelo debajo de sus ojos allí donde hacía oración; sí, tú la escuchaste, Señor. Porque ¿de dónde si no aquel sueño con que la consolaste, viniendo por ello a admitirme en su compañía y mesa, que había comenzado a negarme por su adversión y detestación a las blasfemias de mi error?
En efecto, se vió de pie sobre una regla de madera y a un joven resplandeciente, alegre y risueño que venía hacia ella, toda triste y afligida. Éste, como le preguntase la causa de su tristeza y de sus lágrimas diarias, no por aprender, como ocurre ordinariamente, sino para instruirla, y ella a su vez le respondiese que era mi perdición lo que lloraba, le mandó y amonestó para su tranquilidad que atendiese y viera cómo donde ella estaba allí estaba yo también. Lo cual, como ella observase, me vio junto a ella de pie sobre la misma regla. ¿De dónde vino esto sino porque tú tenías tus oídos aplicados a su corazón, oh tú, omnipotente y bueno, que así cuidas de cada uno de nosotros, como si no tuvieras más que cuidar, y así de todos como de cada uno?
¿Y de dónde también le vino que, contándome mi madre esta visión y queriéndola yo persuadir de que significaba lo contrario y que no debía desesperar de que algún día sería ella también lo que yo era al presente, al punto, sin vacilación alguna, me respondió: «No me dijo: donde él está, allí estás tú, sino donde tú estás, allí está él?»” (III, 19-20).
Y no es sólo amor filial, sino que al parecer era notorio para cualquiera. Así se puede seguir leyendo:
“Porque todavía hubieron de seguirse casi nueve años, durante los cuales continué revolcándome en aquel abismo de barro y tinieblas de error, hundiéndome tanto más cuanto más esfuerzos hacía por salir de él. Entre tanto, aquella piadosa viuda, casta y sobria como la que tú amas, ya un poco más alegre con la esperanza que tenía, pero no menos solícita en sus lágrimas y gemidos, no cesaba de llorar por mí, en tu presencia, en todas las horas de sus oraciones, las cuales no obstante ser aceptadas por ti, me dejabas, sin embargo, que me revolcara y fuera envuelto por aquella oscuridad.
También por este mismo tiempo le diste otra respuesta, a lo que yo recuerdo –pues paso en silencio muchas cosas por la prisa que tengo de llegar a aquellas otras que me urgen más que te confiese y otras muchas porque no las recuerdo–; diste, digo, otra respuesta a mi madre por medio de un sacerdote tuyo, cierto Obispo, educado en tu Iglesia y ejercitado en tus Escrituras, a quien como ella rogase que se dignara hablar conmigo, para refutar mis errores, desengañarme de mis malas doctrinas y enseñarme las buenas –hacía esto con cuantos hallaba idóneos–, él se negó con mucha prudencia, por lo que he podido ver después, contestándole que estaba incapacitado para recibir ninguna enseñanza por estar muy inflado con la novedad de la herejía maniquea y por haber puesto en apuros a muchos ignorantes con algunas cuestioncillas, como ella misma le había indicado: «Dejadle estar –dijo– y rogad únicamente por él al Señor; él mismo leyendo los libros de ellos descubrirá el error y conocerá su gran impiedad». Y al mismo tiempo le contó cómo siendo él niño había sido entregado por su engañada madre a los maniqueos, llegando no sólo a leer, sino a copiar casi todos sus escritos; y cómo él mismo, sin necesidad de nadie que le argumentase ni convenciese, llegó a conocer cuán digna de desprecio era aquella secta y cómo al fin la había abandonado.
Mas como una vez dicho esto no se aquietara, sino que insistiese con mayores ruegos y más abundantes lágrimas para que se viera conmigo y discutiese sobre dicho asunto, él, cansado ya de su importunidad, le dijo: «Vete en paz, mujer; ¡así Dios te dé vida!, que no es posible que perezca el hijo de tantas lágrimas». Respuesta que ella recibió, según me recordaba muchas veces en sus coloquios conmigo, como venida del cielo.” (III, 20-21).
Agustín, finalmente, concluye cuanto Mónica se esforzó por él contra toda desesperanza con estas palabras: “Y es que tus manos, Dios mío, no abandonaban mi alma en el secreto de tu providencia, y que mi madre no cesaba día y noche de ofrecerte en sacrificio por mí la sangre de su corazón que corría por sus lágrimas.” (V, 13).
Si para San Agustín su madre Santa Mónica parecía un hombre en cuanto a la fe, a mí ahora él me parece un enano porque mantuvo, sin ser capaz de superarlo, tan pequeña y mezquina manera de pensar.
Y además nos coló el follón del pecado original. Menuda faena. Pero su madre, ¡ah!, su madre, menuda mujerona. Incluso mantuvo a raya, a base de paciencia y amor, al fiero de Patricio, su marido. Así está también escrito:
“Así, pues, educada pudorosa y sobriamente, y sujeta más por ti a sus padres que por sus padres a ti, luego que llegó plenamente a la edad de casarse fue dada [en matrimonio] a un varón, a quien sirvió como a señor y se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos. De tal modo toleró las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo con él sobre este punto la menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo en ti, se haría casto.
Era éste, además, por una parte sumamente cariñoso, por otra extremadamente vehemente; mas ella tenía cuidado de no oponerse a su marido enfadado, no sólo con los hechos, pero ni aun con la menor palabra; y sólo cuando le veía ya tranquilo y sosegado, y lo juzgaba oportuno, le daba razón de lo que había hecho, si por casualidad se había enfadado más de lo justo.
Finalmente, cuando muchas señoras, que tenían maridos más mansos que ella, traían los rostros afeados con las señales de los golpes y comenzaban a murmurar de la conducta de ellos en sus charlas amigables, ella, achacándolo a su lengua, les advertía seriamente entre bromas que desde el punto que oyeron leer las tablas llamadas matrimoniales debían haberlas considerado como un documento que las constituía en siervas de ellos; y así recordando esta condición suya, no debían ensoberbecerse contra sus señores. Y como ellas se admirasen, sabiendo lo feroz que era el marido que tenía, de que jamás se hubiese oído ni traslucido por ningún indicio que Patricio maltratase a su mujer, ni siquiera que un día hubiesen estado desavenidos con alguna discusión, y le pidiesen la razón de ello en el seno de la familiaridad, ella les enseñaba su modo de conducta, que es como dije arriba. Las que la imitaban experimentaban dichos efectos y le daban las gracias; las que no la seguían, estando esclavizadas, eran maltratadas”. (IX, 20).
Y la Iglesia, en lugar de atizarle una colleja, –cariñosa sí, pero colleja–, le hace santo y además doctor. Pero no me cabe ninguna duda de que Agustín llegó a ser lo que llegó a ser porque tuvo una mamá que se llamaba Mónica.


Lo privado y lo público


Santa Ana y sus alrededores
La vuelta mañanera de hoy ha sido distinta a la de otros días. En lugar de recorrer el remozado y polvoriento camino del Pesquerón, hemos derivado hacia la derecha para adentrarnos en lo que fue la coqueta y lujosa finca de Santa Ana, del más puro estilo inglés. En otro tiempo recorrí con Moli la orilla izquierda del Pisuerga casi a diario, hasta que las vallas de la urbanización en ciernes nos lo prohibieron. Hoy he querido volver por allá a ver qué se cocía. Y lo que ni hierve ni se atiende, a pesar de publicitarse como lugar de postín, es el parque que existe en lo que en otra época fue una de la zonas más feraces del Camino Viejo de Simancas. A la señorial Santa Ana, a la inmensa finca Los Morales, y a la bien cuidada y coqueta finca El Rosario, la Caja de Ahorros sumó un enorme edificio de su obra social, con polideportivo y residencia, que nunca se utilizó, aunque sí mantuvo a la familia de Román durante muchos años en tareas de mantenimiento y vigilancia.
Surgió, merced a una empresa llegada de Madrid, una urbanización que tiró líneas sobre los campos cultivados, metió máquinas entre  los frutales y trató de dominar al gran río pucelano. Y así nació un nuevo barrio… que se quedó en simple urbanización particular.
Tan particular… que incluso sus jardines son privados. El ayuntamiento de la ciudad se niega a asumir su cuidado porque no le corresponde hacerlo, pero los propietarios tampoco lo hacen porque no les da el bolsillo o las ganas de pagar lo que otros puedan también disfrutar.
Es así como un parque, que se inauguró hace más de diez años, está muerto de pura dejadez, desunión y egoísmo. Lo pagas tú, que lo usa todo el mundo; no, lo pagáis vosotros porque es vuestro. Esta es la trifulca que enfrenta a ayuntamiento y vecinos.
No importa que el centro social de la urbanización esté primorosamente atendido; que existan más de quinientos chalets de familias de nivel económico medio/alto; que ahí estén tres macrorresidencias de personas mayores de alto poder adquisitivo; que un grupo de presión haya situado también al lado un complejo noséquéydeportivo para sus socios… el jardín, si es de uso público, que lo atienda el alcalde.
Es así como, mientras los parques y jardines de Villas Norte, Villas Sur y El Peral son hermosos y agradables, este de Santa Ana está horrible y como para echar a correr.

Conexión permanente



Hoy pensaba escribir sobre la imperiosa necesidad que existe en una gran mayoría de la población de estar permanentemente conectada al resto de su mundo, conocido o no. Y que por esto, no hay descanso y está siempre alerta el móvil de cada quien.
Pero he cambiado de opinión por culpa de una noticia. Ha salido en el telediario de la tarde, el único que he visto empezar… hasta que el sueño se apoderó de mí.
El señor Bárcenas va a tener su propio aparato de televisión, y podrá hacer uso de él de la forma que mejor le plazca; así ya no tendrá que depender de que otros reclusos le dejen el suyo para verse en las noticias. Se lo suministra Instituciones Penitenciaras al precio de ciento cincuenta euros. Es un aparato sencillo, con mando a distancia.
Esta noticia, aparecida en portada, me ha dejado tan k.o. que no he podido continuar… despierto.
ZZZZZZZZZZ
Esto… dejaré para otra ocasión comentar lo molesto que resulta que en medio de un concierto, una conversación, una celebración litúrgica, una charla sobre las icnitas e incluso en el silencio del pinar en la madrugada, alguien parezca hablar consigo mismo porque la otra persona debe estar a muchos kilómetros de distancia.

La fuerza de los nombres



“Las cosas tienen su nombre”. Lo cantó Bob Dylan con “Man gave names to all the animals”. No importa que se olvidara de las plantas y de los minerales. Mi amigo Sabo no, y en una hermosa canción infantil –“¿Cómo te llamas tú?”*– incluyó todo lo incluíble para concluir: “Y son regalo de Dios”. La usamos mucho en catequesis, porque la chiquillería tiene todo el derecho del mundo a saber que si todos tenemos un nombre es porque antes, en el principio, alguien ha pensado en nosotros aunque aún no existiéramos.
Por eso –y por otras muchos motivos algunos de ellos particularmente prácticos como por ejemplo no confundirme cuando trato con mi vecina de la izquierda, Mariluz, que no tiene nada que ver con mi vecina de la derecha, Merche– debemos llamar a todas las cosas, y a cada una, por el nombre que tienen.
Así, el otro día, me avisaron de que lo que yo había nombrado como armario era en realidad “aparador”. Que es lo mismo, pero no. Un armario sirve para cualquier cosa; un aparador tiene una misión muy concreta y específica. Es importante señalarlo, no sea que meta la vajilla en el armario ropero y los calzoncillos en el armario del comedor, sea dicho aparador.
Por lo mismo, hablar de una planta dice poco si no va acompañado de su imagen y/o de su nombre propio. Así me ocurrió cuando pregunté hace ya tiempo qué era en realidad lo que me decían ser cala, que resultó ser “hosta”.
Hace unos días, volví a preguntar por esta otra, porque desconocía qué contenía esta maceta; que era planta, es evidente. Resulta ser un limonero. Eso es lo que ha afirmado con toda la autoridad que le da su saber Luis, mi especialista favorito en botánica.
¡Me he quedado tan tranquilo! Porque ahora puedo mirarlo sin esperar de él que de ciruelas. Si es un limonero, tal vez algún día produzca limones. Es bueno y da serenidad no tener que esperar contra toda esperanza. Por lo mismo no conviene fundamentar las ilusiones en hechos que ni son, ni serán nunca. De lo contrario estaríamos cayendo en aquello de aquel que dìu: El colmo de la paciencia es encerrar una zapatilla en una jaula y esperar que cante. ¡No!
Este campo es algo más; es un rastrojo. Campo sembrado de cereal recién segado.
Estas ánades son algo más que patos: son ocas recién salidas del chiquero, donde han estado protegidas de los elementos hasta que han sido consideradas capaces de defenderse por sí mismas.
Estas gallinas ¿parecen todas iguales? No; y ellas lo demuestran agrupándose por su propia diferencia: castellanas a un lado, el resto por el otro.
Estos animales pasarían el control como perros, ¡por supuesto! Pero son Sola, Berto y Gumi, relajados tras un regocijante paseo por el valle, que ahora esperan que se les diga que vamos a hacer a continuación.
En fin, que los nombres comunes dicen cosas importantes de las cosas, pero los nombres propios dicen mucho más. ¡Dónde va a parar!
* Las cosas tienen su nombre
y son regalo de Dios:
las plantas, los animales,
la luna y el sol.
Un nombre tienen los niños,
mujeres, hombres y Dios,
papá, mamá, mis amigos,
tú y yo.

¿Cómo te llamas tú? (decir el nombre)
¿Cómo me llamo yo? (decir el nombre)
El nombre de Dios es Padre,
mi Padre Dios.

Mamá me llama «hijo mío»,
papá me llama «mi amor»,
«cariño», «cielo», «lucero»,
«tesoro», «mi sol».
Y todos los que me quieren
me nombran con mucho amor;
papá, mamá, mis amigos,
tú y yo.

¿Cómo te llamas tú? (decir el nombre)
¿Cómo me llamo yo? (decir el nombre)
El nombre de Dios es Padre,
mi Padre Dios.

Acaban de regalarme un libro



Su autor es Andrés C. Bermejo González y ya es conocido en este blog. El libro aún no está publicado, pero sí terminado. Concluido. Redondo. Cuidado. Disfrutado. Y ahora es expuesto a amigos y conocidos, en tanto se gestiona su publicación.
Andrés es maestro de escuela. Jubilado. Jubiloso. Bulle proyectos de esto y de lo otro, aquí y acullá, con estos y consigo mismo. Y no para. Y mejor que no lo haga.
Es salmantino, y se le nota incluso cuando no está presente.
Es un libro de poemas y dibujos. O de dibujos y poemas. No sé por qué lado se inclina más Andrés. Él piensa que por la literatura, pero habrá lectores que opinen lo contrario. Yo… no lo tengo nada claro y me abstengo. Dibuja y escribe a dos manos, y eso significa equilibrio.
El libro, consta de cuatro partes,
Cosas grandes, cosas pequeñas (10)
Para la vida, para los sueños (14)
La tierra, siempre la tierra… (31)
No vayas a pedir a la verdad, mentiras; a la humildad, sentencias (15)
Encierra 70 poemas y 70 dibujos.
E incluye este hermoso texto que presta título al conjunto, y que me permito publicar en auténtica primicia:

[Hacer click en la imagen para leer mejor]

En cuanto a su firma, en el libro no aparece, pero aquí sí

Ya puestos…




Saco también a éste, que, igualmente que la olla exprés, vino de la casa de mi abuela. Llegaron al tiempo algunas otras cosillas más, de las que he decidido no hablar; sólo me autorizo a citar una cama niquelada con su correspondiente cómoda que formaban parte del dormitorio de soltera de mi madre.
Este armario estuvo siempre en la galería, lugar en la parte trasera de la vivienda, donde los nietos pasábamos muchos ratos oteando los tejados y los patios interiores de las casas que rodean por detrás a la iglesia de San Felipe Neri, en el centro de la ciudad. Ahí, por navidad, jugábamos a la lotería, sacando bolitas numeradas y rellenando cartones. Ahora eso se llama de otra manera.
Es verdad que allí también estaba la máquina de coser; por eso había momentos en que los nenes estorbábamos y debíamos emigrar hacia en interior o directamente hacia fuera, a la plaza del Salvador.
Este armario lo conocí sin aspecto atrayente. Deslucido, sin una mano de cera en toda su vida, salpicado al regar las macetas que solían apoyarse en él, resecado por el sol poniente que entraba a raudales por los amplios ventanales, resultó ser el desprecio que yo recogí, cuando hubo que desmantelar aquella casa para hacer una nueva. Tardó mucho, pero mucho, mucho, en construirse, pero de eso no va este relato.
La cama y la cómoda las uso tal cual estaban. Este armario lo planté en la cocina y esperé a ver qué se me ocurría.
Como las ventanas del lugar donde me hago de comer dan al interior del patio, al entrar o salir para cualquier cosa en la parroquia hay que pasar por delante de ellas. Así que estoy constantemente en exposición, y todo el personal sabe si frío, friego, meriendo o hago la colada.
¿Qué vas a hacer con eso? me decían. No sé, ya veré.
Primero tuve que devolverle a lo que podría ser su imagen primigenia. Para ello había que enderezar tablas, ajustar puertas, aproximar la madera en las enormes grietas del mueble… en fin; eso, o tirarlo.
Luego alguien se dejó olvidado un bote de pintura a medio terminar. Lo aproveché y, sin preocuparme si era ese el color más adecuado, apliqué un mazarrón oscuro a la madera limpia de pino desvaído. Y terminado lo cual, quedó entronizado ahí, justamente frente a la mesa que está junto a la ventana.
Ahora estoy a punto de proceder a repasar las faltas de pintura que el tiempo, largo, que lo he estado usando ha ido causándole. Y cuando termine volveré a mirarlo como la primera vez cuando llegó, y me sentiré satisfecho.
Puede, solamente puede, que me anime y le aplique una mano de barniz para hacerle más robusto al uso. Ya se sabe que en la cocina se trabaja rápido y descuidadamente. Por eso ahora se usa el granito en las encimeras y las vitrocerámicas están hechas a prueba de rayones.
En cuanto a los papeles que diariamente inundan mi buzón con anuncios de muebles de cocina o de profesionales que te montan lo que quieras, todo de máxima calidad y a la medida, seguiré recogiéndolos aparte para llevarlos al contenedor azul, ese que, cuando se lo llevan y hace viento, riega todo el barrio de trozos de periódico, tiques del supermercado, cuartillas emborronadas y pañuelos desechables que no hay quien los pueda coger una vez que vuelan llevados por las ráfagas del aire.

He visto una peli… hace cuarenta y siete años



La proyección de Doctor Zhivago que en estos mismos momentos emite la uno de televisión española me retrotrae a mil novecientos sesenta y seis. Un día, creo recordar que del mes de noviembre, –lo digo porque era antes de Navidad–, el superior, don Eduardo, nos dijo en el comedor que aquella tarde iríamos al cine. Sorprendido el auditorio, la comida continuó casi en silencio hasta llegar a la sala de juegos. Allí, por grupos, se comentó con los nervios aflojados la experiencia nueva que se nos acababa de proponer. Yo diría incluso que de imponer. Porque era una decisión tomada sin contar con nosotros, aunque por los consecuentes, no sin nosotros.
Creo que fuimos todos. En fila, como acostumbrábamos a salir de paseo por la ciudad, con sotana, fajín, dulleta y teja; el traje talar que era preceptivo usar cuando íbamos de paseo en comitiva.
Aterrizamos, calle Angustias adelante, a las puertas del teatro Calderón, e hicimos cola, por supuesto, para sacar la entrada, aunque ya alguien había pedido la ración común. Así que la fila nos sirvió para entrar al interior, segunda fila de anfiteatro, ni cara ni barata, de las del montón.
Poco recuerdo de aquella película que me pareció larguísima. La acción muy lenta. El argumento poco interesante para mí, por entonces acostumbrado a las cómicas, vaqueros y guerras sin cuartel. Una escena de cama, otra simplemente apuntada, mucha nieve, unos diálogos que me quedaban extraños, y la vieja historia de la revolución bolchevique.
Alguien debió pensar que, en los albores de la renovación conciliar, los seminaristas de Valladolid debíamos sacudirnos el polvo que nos cubría y empezar a abrir los ojos. Y la verdad es que en aquella sesión, la de la tarde, nosotros éramos en bloque el grupo con la edad más baja, con diferencia, respecto del resto de espectadores. ¿Fuimos los pibes vallisoletanos adelantados de entonces?
 Se me quedó, eso sí, la melodía central –"el tema de Lara"–, para los restos. Y la impresión general de haberse quemado un cartucho en pura salva; como otros más que luego vendrían y que tampoco lograron otra cosa que producir ruido momentáneo e insustancial.
Al curso siguiente desaparecieron los ropajes clericales y pudimos salir a la calle como buenamente quisimos. También desapareció el latín como instrumento de trabajo en los estudios. Seguimos cantando el gregoriano y el fútbol continuó ocupando el primer lugar entre las aficiones colectivas, pero algo empezó a cambiar, porque tras el verano siguiente muchos no volvieron.
El mayo del sesenta y ocho en aquel seminario tuvo brotes adelantados.

* * * * *

Acabo de apagar la tele, ha acabado la película. Me queda sonando el tema de Lara mientras descubro qué cambiada está Geraldine tras el paso de los años, qué magnífica película desperdiciaron conmigo, qué irreconocible está la estación de Soria, y sigo sin comprender cómo se les ocurrió llevarnos al cine con aquella pinta.








¿¿¿ * * * * * ???


Ha pasado una noche y una mañana. Tengo la mente más despierta y creo que la memoria me hizo anoche una jugarreta. La película a la que fui, junto con mis compañeros, y todos ensotanados, se titulaba Sonrisas y lágrimas. Ambas son del mismo año, pero tratándose de ésta era mucho más propio que entonces fuéramos de tal guisa, en tanto que a la otra fuimos mucho más ligeritos de ropa. Entre medias fue el cambiazo. Luego, también visionamos Un hombre y una mujer, y hasta ahí puedo decir.

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