Dormición

El tránsito de la Virgen, El Greco. Temple y oro sobre tabla. Catedral del Tránsito de la Virgen, Ermúpoli, Grecia
La escena muestra el momento de la muerte de María y la subida de su alma a los cielos, uniendo ya en sus primeros trabajos el cielo y la tierra como será costumbre en su pintura toledana. Esta imagen, descubierta en 1983 por Mastoropoulos, supone un interesante hito en la historia de El Greco al venir a confirmar su formación como pintor de iconos.

Morte della Vergine. Caravaggio, óleo sobre lienzo. Museo del Louvre, París, Francia
Este cuadro no fue aceptado en el templo para el que se encargó, resultaba escandaloso presentar así la muerte de la Virgen. Cómo murió María no está definido en la fe de la Iglesia, y aún faltaban siglos para que se proclamara el dogma de la Asunción. 
Junto al cadáver de la Virgen se sitúan María Magdalena y los Apóstoles, entristecidos pero serenos. La escena sucede en un ambiente humilde, y, salvo el halo que rodea la cabeza de María, nada indica tener carácter sagrado. Representa, sencillamente, el dolor humano ante la muerte de un ser querido.

Una guerra dura aunque incruenta



Eso es, al menos, lo que espero que suceda, que no llegue a correr la sangre. Bien está documentada la historia de la Iglesia en asuntos parecidos y terribles por sus derivaciones.
El caso es que están inquietas las aguas, y papa Francisco está sometido a presión. De vez en cuando en la prensa sale algo, noticias las más de la veces erróneas o no exactas, que algo avisan. El asunto está en las alturas, y de alguna manera también en las bajuras. Todo a propósito de la próxima sesión del sínodo de los obispos que tratará el asunto “familia”, con todas sus implicaciones, unas novedosas y otras más viejas que la tara. Hasta ahora se han juntado, de una parte, un puñado de cientos de miles de firmas para solicitar que no se toque la doctrina. De la otra no hay de momento más que intervenciones sueltas, muy sustanciosas, pero independientes. Y en la cúspide, unos mitrados de solera que se han posicionado ya de entrada con “de aquí no nos moverán”.
En realidad el asunto es delicado, porque la cuestión reside en si lo que se vive y cree, y a la recíproca, dentro de la Iglesia, es voluntad directa de Dios, en cuyo caso es inalterable, o es apreciación humana, aunque firmemente asentada a lo largo de los siglos por la Tradición, que entonces sí tal vez podría sufrir modificación.
Ya he hablado aquí alguna vez de este asunto, sin entrar en mayores. Hoy lo hago porque una voz me ha resultado interesante. Se trata de un camaldulense, de nombre Innocenzo Gargano, profesor del Instituto Bíblico y de la Universidad Urbaniana de Roma, que publicó a finales de 2014 un precioso artículo en la revista “Euntes, docete” de la misma universidad.
Tal artículo no fuera del gusto de un cierto Sandro Magister, autor por demás notable, que lo expuso en su blog y lo puso a caldo. Otros y otras entraran en su blog y comentaron cuanto les plugo. De todo le dijeron al pobre Innocenzo, menos bonito.
Picado por la curiosidad he intentado acceder al original, y no he podido. Sólo me ha sido posible obtener una extracción, bien que sustanciosa del trabajo.
Como quiera que Innocenzo no es tan inocente, sin molestarse pero decididamente, respondió al tal Sandro con una larga carta, de la que sí he conseguido el original.
Aunque sólo sea porque he pasado una noche entera traspasándola del italiano al castellano, voy a publicarla. Y como conviene tener en cuenta el antecedente, también cuelgo aquí el texto precedente.
Así que, si tenés paciencia, ilustre persona visitante, y quieres estar un buen rato sin moverte, siéntate, toma y lee. Como curiosidad puedo decirte que me place que este señor Innocenzo entienda el texto Mateo 19, 10-12 de igual manera que mi, ahora ya viejo, profesor de introducción al NT y que comenté aquí hace más de dos años. Es el que se refiere a los eunucos. ¿Cómo es posible que nadie entienda lo que ahí se dice con tal claridad? Si lo ha habido, se lo ha callado, y de tradición se ha interpretado referido a otra cosa mariposa.
Ocurre que en la Iglesia no todo es agua mansa, que unánimemente piensa y vive de igual modo. El “aire de Jesús” cada quien lo entiende a su manera, aunque eso sí siempre mirando al Evangelio. Sin embargo, lo “oficial” perdura contra viento y marea. Por ejemplo: nadie duda de que Jesús, al enseñar la oración del Padre nuestro, dijo “perdónanos nuestras deudas como nosotros también perdonamos a nuestros deudores”, refiriéndose a lo que son deudas, la pela. Oficialmente, sin embargo, se dice “ofensas”, que mira en otra dirección. Así rezamos durante muchos siglos, diciendo una cosa y pensando en otra. Ahora nos han unificado, porque no está bien parecer hipócritas, y olvidamos lo de deudas, porque si no de qué van a vivir los banqueros. Igual decir de “bienaventurados los pobres”, a los que se añadió, muy pronto con Mateo, “de espíritu”, para no incomodar. Y más cosas que ahora no me caben.
En fin, esto de ahora se trata de una opinión, la de este Innocenzo, que merece todos mis repetos, y que está siendo rebatido desde muchos frentes, que, no es que estén formados por malas personas, ¡quién soy yo para juzgar! Muestran, sin embargo, una ceguera y una cerrazón que me da lástima.

"MISERICORDIA QUIERO, QUE NO SACRIFICIO"

de Guido Innocenzo Gargano

Este escrito puede ser localizado en Urbaniana University Journal Euntes Docete (67 [2014] 51-73)


¿Qué interpretación dar a la expresión de Jesús en Mt 5, 17: "No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento"?

¿Cómo valorar la referencia a la dureza del corazón en Mt 19, 8ab: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres"?

¿Qué fuerza deberá tener la observación de Jesús en Mt 19, 8c: "Al principio no fue así"?

Para intentar dar un paso ulterior en la reflexión sobre esta serie de interrogantes recuerdo ante todo […] lo que Jesús mismo había declarado en Mt 5, 19: "El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos".

La primera observación que se impone, a este propósito, es que en Mt 5, 19 Jesús no habla de "exclusión" del reino de los cielos, sino sólo de situación de "pequeño" o "grande" en el reino de los cielos.

La observación tiene su importancia porque Jesús, seguidamente, es decir, en Mt 5, 20, declara con una cierta solemnidad: "Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos", excluyendo del reino de los cielos de modo explícito, en este segundo caso, a aquellos que se detienen simplemente en la justicia perseguida por los fariseos y no consiguen ir más allá hasta descubrir la misericordia, actuando en consecuencia.

El hecho de que Mateo distinga el estar en el reino de los cielos del no entrar para nada en él, no puede ser algo sin importancia. En realidad, el evangelista nos hace saber, con esta distinción suya, que hay preceptos pequeños cuya observancia o menos no quita del todo la posibilidad de entrar en el reino y que, en cambio, hay actitudes de fondo que pueden excluir totalmente de entrar en el reino y que, entre estas actitudes, están precisamente las de los fariseos los cuales, como bien sabemos por todo el debate entre ellos y los discípulos de Jesús, tenían la intención de defender, sobre todo o tal vez únicamente, los aspectos vinculados a la justicia relativizando, e incluso excluyendo, los vinculados a la misericordia. […]

Sin embargo, ahora tenemos que preguntarnos de qué preceptos está hablando Jesús y entender si se trata sólo de la observancia de la Torá escrita / oral con el entorno de las barreras de las denominadas "mitzvòt" o si el maestro de Nazaret tiene la intención de incluir también ciertos preceptos entendidos más bien como concesiones, tipo la del permiso de repudiar a la propia esposa, a condición de que se escriba el acta de repudio como prescribe el texto de Dt 24, 1.


Al principio no fue así


La subscripción del acto prescrito por Moisés, considerada suficiente para seguir formando parte del pueblo de Dios, podría ser entendida como una observancia de esos "preceptos pequeños" que no excluyen del reino aunque caracterice como "pequeño" a aquel que entre en él por este camino. Y esto establecería la diferencia respecto a quienes, buscando en la Torá escrita /oral únicamente la justicia sin abrirla a la misericordia, quedarían inevitablemente fuera de él. […]

Obviamente, quedarían inevitablemente fuera también todos aquellos que no tengan la intención de dar espacio alguno, con su rígida aplicación de la justicia, a esa particular indulgencia que Jesús solicita como elección necesaria para entrar en el reino. Algo que sucede sobre todo cuando se actúa sin tener en cuenta las consecuencias obvias que recaen, por ejemplo en una relación de pareja, sobre los hombros de la persona más débil, exponiéndola al adulterio o, peor aún, imponiéndole una unión adúltera (cfr. Mt 5, 32) que excluye del todo la ternura que acompaña necesariamente a la misericordia.

Podríamos así considerar que la enseñanza de Jesús vincula estrechamente la intención del Creador, recordada en las palabras: "al principio no fue así" (Mt 19, 8c), con la correcta interpretación de la indulgencia deseada y decidida por Moisés: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió" (Mt 19, 8a). Y esto no sólo para no quitar nada a la fuerza de la declaración de Jesús en Mt 5, 17: "No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento", sino también para añadir el recuerdo de una enseñanza, constante en la tradición cristiana, que atañe a la unidad entre Dios Creador y Dios Redentor, unidos en el respeto simultáneo de la justicia y de la misericordia, acompañado por el primado, efectivamente, de la misericordia.


El primado de la misericordia


La reflexión que hemos llevado a cabo hasta ahora no puede menos que desarrollarse añadiendo que, en estos casos, se está siempre obligado a no quedarse sólo en el exterior de una consideración jurídica, sino a considerar con la máxima delicadeza posible la implicación de la conciencia personal.

De facto, estamos siempre y a pesar de todo frente a una realidad que cae bajo el principio moral sintetizado por la máxima común: "De internis non iudicat Ecclesia". De ahí la necesidad de entrar en estas cosas de puntillas, con temor y temblor, como si se estuviera frente a algo profundamente sacro e inviolable, teniendo en cuenta un principio que la tradición católica ha recordado siempre a los operadores pastorales:: "Paenitenti credendum est".

La respuesta de Jesús, en realidad, parece autorizar precisamente tales conclusiones. De hecho, a primera vista Jesús parece excluir que, en el caso de divorcio, se pueda hablar de entrada en el reino, con el recuerdo explícito al texto de Gen 2, 24 que se remonta a la Ley inscrita en las estrellas: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19, 6). Sin embargo, cuando a petición de sus interlocutores que le preguntan "¿Por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?" (Mt 19, 7), Jesús busca la motivación de fondo de ese primer principio, se da cuenta de que, efectivamente, esa prescripción mosaica manifestaba una indulgencia que es propia de Dios.

A partir de aquí: por una parte la constatación de que "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres" (Mt 19, 8); por otra, la ausencia de cualquier decisión que invalide dicha prescripción mosaica, coherente con lo que ya ha declarado solemnemente en el sermón de la montaña: "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5, 17). Dos actitudes que excluyen la posibilidad de leer nuestra perícopa desde una perspectiva únicamente jurídica, o peor, taxativa, como nos hemos inclinado a considerarla en la tradición cristiana occidental, y en la católica en particular.

En este caso estaríamos, efectivamente, frente a una interpretación del texto que estaría fuera del contexto global de la vida y de la enseñanza de Jesús, tal como parece por el Nuevo Testamento, y del contexto cultural y religioso en el que actuaba y enseñaba el maestro de Nazaret, como resulta del lenguaje análogo al utilizado por Mateo en el sermón de la montaña, incluida la estereotipada frase: "pero yo os digo" (Mt 19, 9).

No se puede negar, además, que precisamente la indulgencia y, por lo tanto, el primado de la misericordia, caracterizaban la enseñanza de Jesús distinguiéndola de la de todos, o casi todos, los maestros contemporáneos suyos. Es el mismo evangelista Mateo quien nos informa sobre la particular jerarquía de los valores perseguida por Jesús en la respuesta a sus interlocutores que, en otras ocasiones, lo acusaban con palabras precisas y directas: "Tus discípulos están haciendo lo que no es lícito hacer en sábado", a los que respondía con palabras igualmente decididas y directas: "¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban?... Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado"" (Mt 12, 1-8 passim).

Con esta premisa y preguntándonos si, según la enseñanza y las elecciones de vida de Jesús, se puedan dar situaciones en las cuales es posible actuar de modo diferente a lo que prescribe la Ley inscrita en las estrellas, regulándose en cambio según la Ley inscrita en las tablas de Moisés e interpretada (Ley oral) por los Profetas, la respuesta podría ser: "Sí". Con una condición: que se privilegie el dinamismo de la misericordia sobre el estatismo de la Ley.

Efectivamente, la enseñanza constante de la Ley de Moisés y de la Tradición Interpretativa de los Profetas, hecha propia por Jesús de Nazaret, es que a pesar de todo se debe privilegiar el valor de la misericordia también en detrimento de la referencia a una Ley escrita que no permitiera tener en cuenta adecuadamente las necesidades del hombre: necesidades que podrían recordar la elección de los compañeros de David, por ejemplo, que tuvieron hambre y comieron transgrediendo la materialidad de la Ley (cfr. 1 Sam 21, 1-6, Mt 12, 1-8), o la enseñanza de profetas como Oseas que declaraba en nombre de Dios: "Misericordia quiero, que no sacrificio" (Os 6, 6; Mt 12, 7).

El desenganche del hombre del agarre rígido de la denominada "littera" de la Ley es, en realidad, un leitmotiv de toda la enseñanza de Jesús de  Nazaret. Lo demuestran, y precisamente en el evangelista Mateo, no sólo el sermón programático de la montaña, sino también, en el texto que acabamos de citar, la declaración solemne del mismo Jesús: "El Hijo del hombre es señor del sábado" (Mt 12, 8).


El paso de la "littera" al "spiritus"


Sabemos que el Sermón de la montaña ha sido leído habitualmente como una especie de endurecimiento de las prescripciones de la Ley, pero yo estoy convencido de que es, en realidad, un generosísimo programa de liberación de las estrecheces de la "littera" de la Ley escrita/oral transmitida por algunos en Israel  que permite, de hecho, una ampliación extraordinaria de los horizontes, tanto internos como externos, a los que el hombre piadoso y observante de todos los tiempos está invitado a dirigir su mirada.

No se trata en absoluto, pues, de endurecimiento, sino más bien de una petición de superar los estrechos confines del deber para abrirlos a los amplísimos espacios de la gratuidad del amor, confrontada con la disponibilidad del Padre que se deja dirigir por la generosidad hasta tal punto que no hace ninguna distinción entre quienes nosotros llamaríamos buenos o malos, justos o pecadores.

El perfeccionamiento del corazón y de la mente reclamado por Jesús en su sermón de la montaña no haría otra cosa, por consiguiente, que remontarse, extendiéndola, a esa lógica intrínseca a la fe que había permitido a Moisés tener en cuenta la "dureza del corazón" de los miembros de su pueblo, sometiendo con indulgencia la Ley a su situación concreta  y permitiendo, así, que todos permanecieran unidos con el conjunto del pueblo de Dios a pesar de las caídas y del ritmo distinto del propio camino personal. […]

De hecho, en Mt 19, 3-9 debería prevalecer el mismo criterio utilizado en la interpretación del Sermón de la montaña, criterio que no elimina, sino más bien subraya, el dictado de la Ley escrita/oral, considerándolo válido y determinante y, sin embargo, proponiendo una superación que, ciertamente, no todos harían pero que, a pesar de todo, sigue siendo el objetivo deseado por el Legislador y registrado en la Ley inscrita en las estrellas, es decir, en la naturaleza.

Pero con una diferencia más bien significativa, desde el momento en que la llamada a la Ley natural, fundada sobre la autoridad de una expresión de Jesús como el "pero yo os digo", es propuesto como un "más allá" respecto a lo que Moisés tuvo que aceptar para salir al encuentro de la dureza de corazón de sus destinatarios. Diferencia que confirma ulteriormente el debate en curso en el tiempo de Jesús entre quienes se consideraban sobre todo discípulos de Henoc y los que insistían en referirse a Moisés.


Entre "skopòs" y "telos"


Las dos Leyes, la grabada en las estrellas y la de Moisés, podían por consiguiente ser propuestas de modo complementario para que así pudieran, de alguna manera, aclararse recíprocamente. […] Jesús no niega la gravedad de quien está aprisionado en la "dureza de corazón" y, sin embargo, no lo condena explícitamente. Su decisión es otra: aceptar la propia debilidad y, a pesar de todo, no olvidar nunca que el objetivo fijado (skopòs) es una cosa, pero que el objetivo alcanzado (telos) es otra. […]

En otras palabras: el "telos", es decir, la consecución concreta del objetivo pensado por Dios debe, inevitablemente, hacer las cuentas con la lentitud propia de una realidad humana sometida al tiempo y al espacio. Una lentitud que, en el caso específico de los discípulos de Jesús, no puede no tener en cuenta también la fragilidad debida al pecado. […]

Se podría entonces concluir que la "dureza de corazón" (Mt 19, 8a) que se ha revelado a lo largo del trayecto de este pasaje desde el "skopòs" al "telos", que habría obligado a Moisés a reinterpretar el deseo de Dios Creador en modo tal que no se imponga a nadie una lamentable exclusión del pueblo de Dios, podría interferir no poco en la realización o menos del objetivo fijado.

De ahí su decisión de admitir, en el caso específico de una crisis de pareja, el repudio, condicionándolo a la subscripción de un acto formal. ¿Se podría pensar entonces que Jesús, venido "no para abolir la Ley y los Profetas… sino a dar pleno cumplimiento" a ellos (Mt 5, 17), haya podido abolir la concesión de Moisés, precisamente en un punto que cualifica claramente, y de manera determinante, su predicación, es decir, la misericordia? […]

Las indicaciones pastorales, que podrían a primera vista parecer nuevas e incluso revolucionarias, en realidad no serían otra cosa más que la fidelísima confirmación de la enseñanza del Nuevo Testamento, recibida ciertamente con sensibilidades distintas en Oriente y en Occidente, pero que confirma la unidad de la respiración de los dos pulmones de la Iglesia, el uno y el otro preocupados por actuar en todo y por todo según el espíritu del único Evangelio.

Efectivamente, no cambia, en todo esto, el juicio de Jesús sobre la negatividad de una decisión que contrapondría la voluntad del Dios Creador, que ha grabado su Ley en las estrellas, con la voluntad del Dios Redentor, que acepta la indulgencia de Moisés hacia un pueblo de "dura cerviz".

Los Padres de las Iglesias Orientales lo habían entendido muy bien, desde el momento en que habían siempre hecho frente a los perfeccionistas y a los espiritualistas de todo tipo que hacían de todo para separar al Dios Creador del Dios Redentor. La solución, en realidad, no está en desplazar la rigidez de los espiritualistas y de los fundamentalistas de todo tipo, sino en hacer la justa y necesaria distinción entre pecado y pecador, que es una de las herencias más valiosas del Nuevo Testamento.


Carta personal diriga por su autor a Sandro Magister y localizable en http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1351080

Apreciado Sandro,

Te escribo para decirte mis reacciones a los muchos comentarios que se han hecho, en tu blog y desde tu blog, a mi exposición sobre el sacramento del matrimonio publicado como artículo en la revista “Euntes Docete” de la Pontificia Universidad Urbaniana y por ti difundido.

Escribí aquel artículo desde mi sensibilidad bíblica y por lo tanto sin relacionarlo con la teología en general, sino más bien referido a un particular. Y, cuando se uno limita a lo particular, entonces es claro que muchos otros puntos no se consideran de la misma manera.

¿Qué sucedió para ocasionar todo esto?

Esto:

Tomo como punto de partida un documento publicado por el prefecto del Santo Oficio, el cardenal Gerhard L. Müller, que parecía casi asignar una tarea específica a cada uno de los expertos encuestados para decir su opinión sobre el tema asignado por el Papa a los dos sínodos, extraordinario y ordinario, sobre la familia, porque todo el mundo hizo la aportación que sentía debía dar desde su particular especialización.

En mi trabajo tuve presente un aspecto de la cuestión surgida también a instancias del documento del cardenal Müller que tenía como subtítulo: “El testimonio de la Escritura.” De hecho, en ese artículo, publicado en “Euntes Docete”, yo me había limitado solo a esta pregunta: “¿Qué dice el Nuevo Testamento acerca de una de las cuestiones más urgentes propuestas en el Sínodo sobre la familia, que es la que gira en torno al tema del divorcio con derivaciones sacramentales y legales?”.

Por lo tanto, he decidido hacer frente a este tema, circunscribiéndolo aún más: “la controversia con los fariseos dio a Jesús la oportunidad de tratar el tema del matrimonio y de la familia”.

El Cardenal Müller escribió: “Jesús decidió expresamente distanciarnos de la práctica del divorcio del Antiguo Testamento, que Moisés había permitido a causa de la dureza de los corazones de los hombres, y en su lugar remitirnos a la voluntad original de Dios diciendo: pero al principio de la creación los hizo varón y hembra (cf. Gen 1, 27), por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2: 24). Así que no separe el hombre lo que Dios ha unido (Mt 19, 6)”.

El texto citado por el cardenal parecía muy claro, pero, porque parecía muy claro, se había convertido en un problema para mí, porque un texto bíblico puede parecer muy claro y, sin embargo, al mismo tiempo, puede necesitar más precisión de contextualización para no arriesgarnos a asumir un ambiente perfectamente idéntico al nuestro, a pesar del transcurso de dos mil años, porque, a pesar del asunto, las personas y las palabras, y sobre todo la problemática, son obviamente diferentes.

Así que escribí aquel artículo. Y, entre las reacciones a mi artículo en "Euntes Docete" tú mismo me habías informado de que también estaba la de un francés especialista en griego del Nuevo Testamento, que luego me envió un análisis detallado de cada término que se utiliza en el texto de Mateo que me dio mucha alegría, porque me di cuenta de que también llegó a las mismas conclusiones que no eran exactamente las propuestas por el cardenal Müller.

Lo que sin embargo también creó un gran revuelo: El prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe se enfrenta a los "pobres profesorcillos" que tratan de leer con un poco de atención el texto del Nuevo Testamento, pillados en desacuerdo con un personaje tan importante de la Curia Romana!

Hace algún tiempo me encontré con el obispo de Asís, Domenico Sorrentino, un especialista en la teología patrística, que me dijo: "Inocente, he sido duro con ese artículo". Yo le respondí: "Excelencia, he tratado sólo de leer con honestidad y precisión el Nuevo Testamento". "Sí, pero sus colegas ¿qué dicen?". Le respondí: "Yo no estoy autorizado a dar nombres, pero algunos profesores de Sagrada Escritura están totalmente de acuerdo con mi interpretación, aunque he hecho algunas observaciones acerca de la referencia a ‘henochinos’. Jesús estaba, de hecho, sin duda influenciado por ellos, pero puede ser arriesgado dejar entender que pertenecía a la henochinos o esenios moderados, como algunos expertos concluyen. Necesitamos encontrar evidencias que hasta la fecha no parecen suficientes”.

Sobre esto estoy de acuerdo. Mi artículo dio atisbos quizás de exceso de confianza frente a los estudiosos serios, que aún no han recibido la confirmación de los especialistas en la materia.

Un comisionado de la Congregación de la Doctrina de la Fe, de quien no digo el nombre, me dijo que había leído mi artículo con cuidado y me dijo textualmente: "No hay muchos que tengan el valor de decir lo que parezca estar muy en línea con el pensamiento de fondo de papa Francisco".

Obviamente me dio una gran satisfacción al ver que mi texto ha sido leído cuidadosamente por colegas importantes, a pesar de las críticas que, con razón, se me han dirigido.

Pero no todo fue como la seda. Hay también quienes me criticaron con tonos más o menos duros. Estaba, por ejemplo, el profesor de un Instituto Superior de Ciencias Religiosas en Trieste que presentó mi artículo a los rayos X para llegar a conclusiones nada positivas sobre mi trabajo.

¿Qué estaba diciendo, en esencia, este profesor? Que yo había dejado solo al texto bíblico, sin un estudio de la cuestión, sin ninguna referencia a los Padres de la Iglesia, a San Agustín, en particular, a la escuela de teología y, por supuesto, sobre todo a Santo Tomás, y, por último, a todo lo que el magisterio de la Iglesia siempre ha dicho acerca de la totalidad de esta problemática.

El golpe pretendía ser muy fuerte. Pero luego, al fin, ¿qué reprobaba este profesor? Simplemente que yo, en ese artículo estaba dejando el texto bíblico y llegué al texto bíblico, sin tener en cuenta la tradición. OK. Que podía hacerlo. ¡Pero esa no era mi intención! Quise deliberadamente ceñirme al texto de Mateo del Nuevo Testamento. Desde luego, podría escribir otro artículo dedicado a la historia de la interpretación de ese texto, pero en ese artículo me había ceñido deliberadamente al texto de Mateo como tal. Esa fue mi intención. ¡No otra cosa! ¿Por qué me había limitado al contexto histórico de Jesús y, encerrado en aquel contexto, pudiendo documentar a mis posibles lectores sobre las diferentes corrientes exegéticas, hermenéuticas, teológicas, jurídicas, que pululaban en Israel en aquellos días?

Mi intención era ayudar a todos a darse cuenta de que hay que superar la manera demasiado monolítica con que se considera el contexto judío del tiempo de Jesús. El Israel contemporáneo a Jesús era, de hecho, del mismo modo pluralista como son los cristianos de hoy. Y pensé, y sigo pensando, que tener este conocimiento es crucial para encontrar el justo sentido a los gestos y las palabras de Jesús de Nazaret.

Ahora bien, no todos entienden que ellos son conscientes de que en el tiempo de Jesús, había una multiplicidad de corrientes que, al compartir la misma fe, poseían diferentes sensibilidades. No mucha gente sabe que una de las corrientes más extendida era la corriente que se basó en el patriarca Henoch. Este patriarca, precedente de Noé, también fue reconocido como más universal que el patriarca Abraham. Y no sólo esto, sino que incluso lo más propio de Henoch estaba conectado a la ley estable, eterna, escrita en las estrellas que pasó a tener una gran importancia en Israel en tiempo de Jesús. Para orientarse, por ejemplo, con precisión en la distribución del tiempo y de las estaciones que se regían a partir del "firmamentum" considerado como lo más estable, y por lo tanto preciso y sólido, que puede haber en el mundo creado. Esta precisión y estabilidad de las estrellas era, de hecho, el punto seguro de referencia para todas las actividades humanas.

En base a las estrellas fue creada la vida y se cree que regulados los impulsos vitales del hombre y la mujer en todos los aspectos. Y de acuerdo a las estrellas se organizaba el calendario, y también el trabajo en los campos distribuido en las cuatro estaciones. La semana, que utilizamos también nosotros y que también pertenece a la era atómica, fue organizada a partir de las estrellas, y la discutida fecha de la fiesta de Pascua también es establecida a partir de las estrellas. Y por lo tanto, no es sorprendente observar que la estabilidad en todas los sentidos, incluyendo el ideal de la incorruptibilidad con las consecuencias precisas que implica, por ejemplo, a la distinción escrupulosa entre puro e impuro en todas las cosas y en todas las actitudes humanas físicas, morales y espirituales, paradigma constante de referir la realidad a las estrellas del firmamento. La ley por excelencia, que ordenaba el todo tenía que ser por lo tanto, inevitable, inevitablemente fija, estable y siempre igual para todos. En una palabra, debía tener la característica indispensable de ser eterna.

Desde el punto de vista estrictamente sociológico eran entonces, en tiempos de Jesús, diferentes las formas de referirse a la misma tradición henochina. De hecho, dentro del único movimiento henochino existieron otros movimientos, el llamado concretamente esenio, pero muy diferentes entre sí. Te podrías encontrar desde actitudes extremas y radicales a ultranza de los monjes esenios de Qumrán hasta la actitud mucho más equilibrada y sensible a las situaciones concretas de todo hombre y toda mujer que caracterizó a los llamados esenios moderados de ciudades y pueblos. Los esenios eran en realidad un movimiento religioso del pensamiento y el comportamiento práctico, que iba de la extrema derecha a la extrema izquierda, de acuerdo con nuestro lenguaje derivado de la Revolución Francesa.

Sé que, a partir de esto, no se puede deducir una pertenencia de Jesús a cualquier movimiento específico del pueblo judío de su época. Pero también creo que nadie puede seriamente dudar de que Jesús tuvo como interlocutores no sólo escribas, fariseos y herodianos, ya conocidos de los Evangelios, sino también a grupos más o menos numerosos que otros tipos, entre ellos, probablemente, los esenios moderados.

No sólo eso, sino que parece igualmente evidente que Jesús pudo haber sido captado por uno u otro grupo, o incluso más concretamente por los esenios moderados, una u otra enseñanza, que a su vez pudo haber hecho propio o impugnado o superado. Sabemos, por ejemplo, que no todos los esenios tenían la misma actitud polémica hacia el templo y el sacerdocio del templo que caracterizó al Qumran y sabemos con certeza que Jesús se encontraba próximo a la actitud que adoptaban hacia el templo y el mismo sacerdocio templario, en particular, los esenios moderados, que, sin dejar de regirse según la ley estelar, no renunciaban, por ello, a considerar sagrado, e incluso a respetar al Templo y el correspondiente sacerdocio de la ley mosaica.

Se puede deducir fácilmente de todo esto, que se podría dar en Israel en los días de Jesús, una referencia contemporánea a la ley que se remonta a Henoch, tanto como a la ley de Moisés, con consecuencias prácticas que, obviamente, podrían parecer originar un conflicto entre ambas. Podríamos decir, por un lado está la ley de Henoch, fija, inscrita en las estrellas; por otro la ley de Moisés, que estaba en sintonía con el hombre concreto en la historia de todos los días.

Y, de hecho, se decía, y se dice ahora, ya que está escrito en el Pentateuco, que cuando Moisés subió al Monte Sinaí la primera vez, recibió de Dios las dos tablas, las dos leyes, y estas leyes fueron esculpidas delante y detrás en esas tablas construidas directamente por Dios. Pero cuando Moisés bajó del monte, se dio cuenta de que su pueblo se había convertido en idólatra y tomó estas tablas divinas y las estrelló contra la roca.

El relato continúa diciendo que Moisés regresó a lo alto de la montaña. Pero esta vez trajo dos tablas que había cortado en la roca. Así que ya no eran más tablas divinas, sino de tablas terrenales, hechas de roca extraída de la propia montaña. Y la maravilla fue que Dios las aceptó a pesar de saber que no eran ya tablas celestiales, sino tablas terrenales, porque habían sido sacadas de la tierra, y grabó sus diez palabras, que indicarían a todos el camino a seguir para llegar al cielo.

En tiempos de Jesús no hubo de enfrentarse, por tanto, a dos tipos de leyes: la forma estable, eterna, que se halla escrita en las estrellas, y la forma más dócil, más atenta a la situación concreta del pueblo y de la persona humana, que es la ley Moisés, que tuvo que ser entendida como camino para llegar al cielo y no como vida celestial ya realizada e inflexivamente seguido por todos en la tierra.

Empecé con este presupuesto, pero no estaba solo, porque muchos otros especialistas de estas cosas confirmaron mi lectura, como he visto en los largos años de nuestras reuniones judeo-cristianas de los Camaldulenses. Por lo tanto, volviendo a la pregunta a Jesús: "¿Es lícito dar carta de divorcio", me pregunté: "¿Qué pasa si el contexto en que Jesús habló era sólo eso, o algo similar?"

Frente a la pregunta “¿Es lícito o no es lícito?” Jesús responde serenamente, según el evangelio de Mateo: “¿Qué está escrito en el libro del Génesis?”. Ahora bien, esos capítulos del libro del Génesis se refieren ciertamente a lo que sucedía en la época anterior de Noé, y también a fortiori en la época pre-mosaica, que ha permanecido en la historia con el sello de una tragedia enorme, el diluvio universal, que perturbó al mundo y a los proyectos de Dios.

En consecuencia, se debería poder concluir que Moisés tomó nota de que ese punto de llegada querido obviamente por Dios al comienzo del mundo, según la tradición registrada por el libro del Génesis, no era tan fácil de alcanzar; y manteniendo el respeto, querido por Dios mismo, hacia la libre elección del hombre, ¡decidió proponer, no sin la condescendencia de Dios, un acercamiento progresivo a ese ideal! ¿Y qué impediría concluir que también Jesús se puso en la misma línea de Moisés, al responder a los interlocutores de los que habla el evangelio según san Mateo?

A menudo se concluye en una interpretación de la expresión-concepto de dureza de corazón (cf. Mt 19, 8; Mc 10, 5), desde una perspectiva estrecha o exclusivamente negativa. Pero ¿y si la misma expresión se interpretara como una restricción para resaltar la condena del pecado al tiempo que expresar condescendencia, no sólo hacia la incapacidad del pecador a entender plenamente la gravedad de su pecado (recordemos el "Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen "), sino también la decisión de Dios de salir al encuentro del hombre con su misericordia, con lo que, renuncia a tenerlo de frente según la exigencia de su justicia? ¡Qué no haría para ayudar a aquellos que se deslizan al borde de un precipicio! ¿De verdad se podría pensar cristianamente poder o tener que dar un empujón para tirar al precipicio a alguien que ha caído, por quién sabe qué razón, y sabiendo que se juega definitivamente la vida?

No puede ser una actitud aceptable por parte de un discípulo de Jesús pisar en la cabeza al hombre de mala suerte que ha desbarrado gravemente de sí mismo y de los demás. Más bien es de esperar que se haga todo lo posible para sacarlo del abismo, tratando de ayudarle en todo lo posible, para que recupere la confianza en sí mismo y tenga la energía suficiente para conseguir encaminarle de nuevo hacia el verdadero objetivo soñado de su sendero en la montaña.

Y entonces, cuando Jesús respondió: “Es por la dureza de vuestro corazón que Moisés les permitió dar el libelo de repudio” para vivir en libertad (cf. Mt 19, 8), a pesar de la propia debilidad, ¿no se podía quizás tratar de una atención hacia el hombre concreto, sí, precisamente al hombre pecador, quien no se detiene a mirar fijo al objetivo que hay que alcanzar, sino que lamentablemente está forzado simplemente a constatar sus propios límites, concluyendo que, entre el deseo buscado y la realización misma del deseo, hay de por medio toda una vida y las inevitables fragilidades humanas, propias y ajenas? ¿Estamos verdaderamente legitimados por las palabras de Jesús a no ofrecer otra posibilidad al pecador arrepentido que admite haberse equivocado, pero que está sinceramente decidido a recomenzar de nuevo?

Quien tenga un mínimo de experiencia pastoral sabe muy bien cuánto sufrimiento se esconde en numerosas situaciones personales de este tipo. ¡Y sabe también cuánta crueldad se puede esconder en esa “dura lex sed lex” de nuestros tribunales humanos!

A esto se añade que Jesús declara explícitamente “No he venido a abolir la ley de Moisés, sino a darle pleno cumplimiento” (Mt 5, 17), es decir, a hacerla realidad, a concretizarla.

Y me pregunto: ¿De qué ley de Moisés se trata? ¿De las primeras tablas, las que rompió contra la roca? ¿O de las segundas tablas, las que luego son propiamente la ley de Moisés? A partir de esta frase he llegado a la conclusión de que Jesús no pretendía abolir la autorización de Moisés, sino que por el contrario indicaba la posibilidad de servirse de ella para alcanzar el objetivo previsto por el Padre desde el comienzo de la creación del hombre y de la mujer.

En realidad Jesús vino como el que se inclina hacia el que no lo hace. Se inclina hacia el débil, se inclina hacia el pecador, se inclina hacia el publicano, se inclina hacia el paralítico, se inclina hacia una mujer de la calle. Jesús parte de la situación histórica y concreta de la persona humana. No vino para juzgar o para condenar, sino para salvar, y esto significa para dar al hombre una energía nueva – explicitada por el perdón – para introducir de nuevo, a pesar de todo, en el camino que conduce a la salvación, tomando nota que no puede hacer esto por sí solo. ¡En consecuencia, le echa una mano! Esta condescendencia por parte de Jesús no suprime en absoluto el ideal de lo que “se debería” y hacia el cual “debemos caminar todos”, sino que toma nota de que el camino del individuo podría ser, y puede ser también hoy, un camino diferenciado.

Al descubrir estas cosas comencé a darme cuenta de que Jesús distingue entre grandes y pequeños. Al escriba que enseñaba a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y a amar al prójimo como a sí mismo, Jesús responde: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34), dejando entrever un hombre coherente y decidido que se podría definir como “grande”. Pero esto no quita que Jesús acoja con simpatía y misericordia también a los mínimos, a los pequeños, quienes no llegan a observar la ley hasta la “iota unum”, y por lo tanto no pueden considerarse grandes en el reino de los cielos.

Entonces me dije: “¡Mira! Jesús se refiere a “grande” en el Reino de los Cielos y 'mínimo' en el reino de los cielos, pero en el reino de los cielos! Y sobre los que dicen estar en lo justo, el mismo Jesús declara con cierta solemnidad: “Si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5: 20 ). ¡Ah! Así que hay una diferencia entre los que ya están en el Reino de los cielos, como grandes o como pequeños, y los fundamentalistas, exigentes, exigentísimos, que se enfrentan a él, de hecho, de espaldas a la pared, ya que es probable que se encuentren fuera del Reino de los cielos!”.

Decidí, a partir de aquí, aplicar un criterio de interpretación que he aprendido de los Padres de la Iglesia, que distinguen entre “skopos” y “telos”.

¿Qué es un “skopos”? “Skopos” es la meta que se desea alcanzar porque está marcada. Corrijo, pues, el punto de mira, y quiero acertar en la diana, pero la flecha, en el camino, puede sufrir un golpe de viento u otro obstáculo que cree un momento de inestabilidad con el resultado de error o fallo sobre el objetivo deseado, es decir, el “telos”.

De hecho “telos” indica la meta alcanzada. ¡Pero dar en la diana también significa lograr lo que se pretendía desde el principio! ¿No está escrito por cierto que Dios, en el principio, dijo: “Que nadie separe lo que Dios ha unido… y serán dos en una sola carne” (cf. Mt 17, 6)?

Pero entonces, ¿qué hacemos con los que no consiguen el objetivo que desearon? ¿Qué clase de actitud debemos tener hacia ellos? Es fácil condenarlos. Pero ¿realmente tenemos el derecho de hacerlo? Jesús dijo: “No juzguéis… no condenéis”. ¿Vale también en estos casos esta precisa palabra de Jesús? ¿O no? Y ¿por qué?

De hecho, hay decisiones que se toman respecto de la ley estelar, perpetuamente inmutable, y otras que se apoyan en la ley  condescendiente de Moisés. ¡Pero esto de ninguna manera negando el punto de llegada! ¡Simplemente tiene en cuenta el viaje de la criatura, que no siempre es afortunada de hacerse con el centro, el objetivo que pretendido, desde el principio!

Creo que las dos leyes, la grabada en las estrellas y la de Moisés, se podrían interpretar de manera complementaria a fin de que de alguna manera puedan aclararse entre sí. Esto explicaría la presencia tal vez incluso mejor, al final del Sermón de la Montaña, de la llamada regla de oro (cf. Mt 7, 12; Lc 6, 31): ¡”Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti”! Teniendo en cuenta la adición del sentido positivo impreso por Jesús (cf Mt 7, 12; Lc 6, 31).

Jesús ciertamente no niega la gravedad de los que están presos en la llamada dureza de corazón, y sin embargo no condena explícitamente. Su decisión es otra: aceptar la propia debilidad y no olvidar nunca que el objetivo deseado es una cosa, pero el objetivo alcanzado es otra. Y eso significaría en la práctica, en mi opinión, ser consciente de las limitaciones de la vida humana.

Un punto ulterior de mi discurso parte de la consideración hecha por Jesús en el mismo contexto que sintetizo de este modo: hay algunos que, por caminos diferentes, pueden estar ligados por la naturaleza, otros por la violencia de los hombres, otros por último por una elección libre. Pero todos deberían tratar de comprender en qué medida están puestos por Dios como profecía de una realidad nueva que va más allá de los límites de la naturaleza, de las imposiciones humanas e inclusive de la propia elección libre, admitiendo simultáneamente otra cosa muy importante y es que está presente en todos un misterio no fácilmente comprensible desde el punto de vista humano. De ahí la observación final de Jesús: “El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12b).

En la exégesis tradicional la expresión “el que pueda entender que entienda” ha estado siempre referida al voto de virginidad, como si Jesús se refiriera aquí a la dimensión profética del monje o de la monja. En realidad, parece que la expresión “el que pueda entender que entienda” debe entenderse ante todo en el contexto de la respuesta recién dada por Jesús sobre la problemática relativa al repudio en el marco de la fidelidad matrimonial.

Para entender mejor la declaración hecha por Jesús se podría además hacer referencia al sermón de la montaña en su totalidad, en el que Jesús da determinadas indicaciones, que precisamente son indicaciones y no un tomar o un dejar, o un aut aut. Como cuando, por ejemplo, Jesús dice “bienaventurados los pobres”, a lo que san Mateo agrega: “de espíritu” (Mt 5, 3). ¿Se trata, en este caso, de una formulación limitativa? ¿O estamos frente a una indicación de un camino, en el sentido de una caminata por la senda de la realización de la pobreza, creciendo en la confianza depositada únicamente en Dios, a pesar de que este objetivo permanezca en proceso sin llegar a realizarse jamás en forma plena como nos gustaría que fuese? Y se podría agregar también un sobreentendido de este tipo: ¡mirad que si avanzáis u os frenáis por cosas que no están de acuerdo con la bienaventuranza de los pobres, podríais correr el riesgo de no entrar en absoluto en el reino de los cielos!


En consecuencia, si lo que declara la letra de la ley mosaica, con todo lo que se debería buscar sistemáticamente en ella, como “spiritus”, es una orientación de vida en la que está de por medio justamente la vida eterna y la posible felicidad en la tierra, es absolutamente importante tomarla en serio. Pero esto significa también: no abolir la ley de Moisés a favor de quién sabe cuál idealidad perfeccionista, sino sobre todo darle confianza, aceptando la sabiduría intrínseca también cuando “respeta” nuestra “dureza de corazón”. Se debe, en síntesis, proseguir para dar confianza a Moisés, como ha hecho precisamente Jesús, y no decidir abolir del todo sus indicaciones. Jesús no ha venido para abolir a Moisés, sino para favorecer su cumplimiento. En efecto, su Ley no está fijada, no es perfeccionista, sino dinámica. Y si esto vale para las bienaventuranzas, se da por hecho que debe valer también para toda otra enseñanza de Jesús documentada por el Nuevo Testamento.

En mi artículo también hacía una consideración más estrictamente pastoral, también derivada de la enseñanza y la aplicación de la Ley por Jesús y es que debemos odiar el pecado, pero amar al pecador. Es una característica de las leyes humanas, que, englobadas en la famosa máxima de la Ilustración: “La ley es igual para todos”, que es evidente en todos nuestros tribunales, resulta difícil de aceptar. Y tal vez no se pueda hacer otra cosa. Pero también es una distinción que subyace en la enseñanza y práctica de Jesús que sus discípulos no pueden posiblemente dispensarse de tener presente en todo asunto la ley llamada “canónica”. ¡Y esto a pesar de que una cierta tradición eclesiástica la ha ignorado descaradamente durante siglos en la creencia de que, para eliminar el pecado, era legítimo eliminar, incluso con la condena a muerte, al pecador!

Gracias a Dios, por fin llegamos a avergonzarnos de esto. Pero el Evangelio ha esperado siglos para ser finalmente entendido por los discípulos de Jesús. Lo que finalmente comprendemos hoy es que en el caminar cristiano no está nunca defender a ultranza, incluso con violencia sobre el hombre, un ideal abstracto, sino más bien no perder nunca de vista el objetivo. El hecho es que el camino puede ser agotador, lento y sujeto también a caídas, incluyendo las derivadas de la “dureza de corazón”. Jesús ha dejado claro que la justicia sólo se observa cuando la justicia en sí está abierta a la misericordia. Así que la justicia sin misericordia no sólo no sería legítima, sino que sería prevaricación ni más ni menos que también sería prevaricación una llamada “misericordia” que no respeta la justicia. No se puede negar la justicia.
No se puede perseguir la justicia, y detenerse sólo en ella, a pesar de que permite identificar y precisar el pecado, pero no hay que olvidar que hasta los romanos, los grandes maestros de la ley, eran muy conscientes de que “summum ius summa iniuria est”. El resultado de este conjunto de argumentos es que sólo la apertura a la misericordia permite salvar al pecador aborreciendo el pecado.

En el libro de Éxodo se declara abiertamente que Dios es justo, hasta la tercera y cuarta generación, pero agregó que él también es misericordioso, sin embargo, hasta mil generaciones. Este texto podría ayudar a entender mejor lo que Jesús mismo declara en el Sermón de la Montaña, cuando dice: “Oísteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo a cualquiera que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón “(Mt 5, 27). Y añade: “Si tu ojo te hace pecar, sácatelo y échalo de ti; más te conviene perder uno de tus miembros, antes de que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mt 5, 29), con todo el resto de metáforas, en relación con la mano derecha, el pie, el ojo, etc.

¿Realmente se puede concluir que Jesús, en estas palabras está pidiendo - como alguien me ha objetado - rigorismo, porque sus seguidores son más exigentes, más rigoristas que otros? ¿O en su lugar se puede, o más bien se deba, concluir que él está enseñando a tener una dulcificación de la mirada, una dulcificación del corazón, una dulcificación de la atención a los demás y, por supuesto, a la palabra de Dios?
Estoy convencido, sin embargo, de que, en pasajes como estos, Jesús no está poniendo delante un más moralista, sino proponiendo un refinamiento del corazón que se vuelve más delicado, para que nadie se vea privado de la oportunidad de experimentar la integridad o plenitud del amor que desciende al secreto máximo del misterio del otro, y de su propio misterio, por lo que raya en el misterio de Dios.

Sugiero, por lo tanto, considerar, como color de fondo de estos versos, la conclusión de Mt 5, 48: “Sed, pues, vosotros perfectos (teleioi) como el Padre es perfecto…”, señalando que aquí no hay ninguna referencia a la raíz de “pleroma”, sino a la raíz que se puede conectar al “teleioi”, del que hablamos, el “telos”, que se refiere a la lanza o la flecha en vuelo hacia una diana que, porque se identifica con el Padre, nunca se puede alcanzar plenamente. Sólo el Padre es, de hecho, la matriz en la que toda justicia se cumple en el misteriosísimo primado de la misericordia.

Es emblemático lo que dice el evangelista Mateo en el cap. 18 sobre la reconciliación dentro de la comunidad cuando un hermano peca, yerra, se desvía. En esa página parece que el evangelista quiere señalar que en esos casos no se trata tanto de lo que sucede en el hermano que estaba mal, sino de la conciencia por parte de la comunidad, de ganar al hermano que no posee la plenitud de la comunión con la comunidad misma. No es, de hecho, para poner contra la pared al hermano que yerra, sino más bien para encontrar la mejor manera de recuperarlo para la comunión eclesial. Esto se puede conseguir recorriendo los caminos de la misericordia, que es coincidir con el diálogo fraterno – de tú a tú – dialogando ambos con amigos de confianza y, por último, a través del diálogo con toda la comunidad.

Aun así ¡la intervención de toda la asamblea tendrá éxito en la recuperación de la comunión deseada del hermano, confiándole a Quien ha llamado al publicano y al pagano! Y no te preocupes, porque Él alcanzará sin duda el objetivo, como ya se ha demostrado en el Evangelio, con la llamada del publicano Leví y el descubrimiento de la fe en el centurión pagano! ¡Así que todo está al revés! El texto no marcaría, de hecho, en esta interpretación, la línea de un proceso canónico que conduce a la excomunión, sino más bien a través de los Evangelios se revela un ministerio totalmente cristiano que fluye en la confianza total a Aquel que, único, interviene eficazmente sobre la dureza de corazón y lo re-orienta a la vida.

Así la suspensión del juicio, y aún más de la condena (pensar en la parábola de la cizaña entre el trigo), se convierten en los raíles sobre los que se puede deslizar, gracias al don de la magnanimidad, una vida plena en el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Hay una frase final utilizada por San Benito al final del prólogo de su “Regla de los monjes”, que resume el tema y mis pensamientos en estas cosas, y que se expresa de este modo: “Dilatato corde inenarrabili dilectionis dulcedine, curritur via mandatorum Dei”, y que es, traducido: “dilatado el corazón, gracias a la inefable dulzura del amor, entonces corremos por el camino de los mandamientos de Dios”.

En el Evangelio de Mateo parece que se les diga, pues, que el único capaz de alcanzar los "telos", dar de lleno en el blanco, sea el propio Señor que ha logrado que el publicano deje su asiento de los negocios y enternece el corazón de ese centurión pagano que se fía totalmente a Él.

Y nosotros ¿quiénes somos? Aquí, somos los portadores de esta buena noticia: "Se puede empezar de nuevo." ¿Gracias a nosotros? No, sino gracias al don de la misericordia de Dios.

Creo que Francisco está tratando de hacer que nos demos cuenta de eso. No es fácil, incluso para él, principalmente porque, al menos desde 1917 en adelante, cuando se promulgó el Código de Derecho Canónico, y también durante mucho tiempo antes, estuvo canonizado el método de atención a la verdad objetiva, método sagrado e indispensable, que dejó de lado, ni podía hacerlo de otra manera, el método de atención a la verdad subjetiva. Se distinguió y se distingue ahora, y con razón, entre el foro externo el foro interno. Y, de hecho, en la escuela de teología moral se enseña que "de internis no iudicat Ecclesia". La comunidad no puede, por tanto, sino pararse ante "de externis". ¿Quién conoce el corazón humano? ¡Sólo Dios!

Por supuesto, en este punto, ya que Francisco ha dejado escapar una exclamación que ha impresionado mucho: "Pero, ¿quién soy yo para juzgar?". ¡Un Papa que renunció a su magisterio? No. Sólo un recordatorio para el misterio del "de internis" que depende únicamente de Dios. Algunos, habituados a referirse a una autoridad que es estable, única, decisiva, eterna, y tal vez pensando tranquilizar su conciencia como lo hicieron con aquel famoso dicho: "quien obedece nunca se equivoca," confunden el "de internis" con "de externis" sintiéndose en calma y en paz, incluso frente a los mandatos o indicaciones de la vida absolutamente inhumanos. Pero tenemos un papa que dice con franqueza: "¿Quién soy yo para juzgar o condenar una conciencia cuyo misterio sólo Dios conoce?".

El asunto puede desconcertar; pero Jesús mismo declaró que él no vino a juzgar o condenar, sino ¡para salvar! Puede haber ciertas situaciones en las que las decisiones interiores no pueden dejar de manifestarse incluso a lo externo, y sin duda la decisión de casarse es una de ellas, con tanto nexo a leyes precisas de las que responder en lo externo frente al cónyuge, a la Iglesia y a la sociedad. La Iglesia es muy consciente de ello, que está en la base, por otra parte, de cualquier forma sacramental. Ella misma puede definirse sacramento por excelencia debido a su misteriosa realidad divino-humana.

Y sin embargo, sigue siendo un misterio la libertad humana que Dios mismo no se atreve a violar incluso cuando el hombre adopta posturas con opciones de todo tipo menos agradables a Dios. ¿Y hemos elegido, como cristianos, seguir al Hijo hecho carne, pero no podemos al imitarlo respetar a su vez las decisiones libres de los otros? Siempre, por supuesto, no siendo un obstáculo (el Nuevo Testamento llama "escándalo") para los demás, sobre todo si son pequeños en todos los sentidos (cf. Mt 18, 6), que recibirían una seria ofensa. Este aspecto del problema, no menos importante, será necesario considerarlo muy seriamente. Y sin embargo no hasta el punto de enredarnos a todos en una lucha continua de víctima y agresor sin buscar una salida en el respeto escrupuloso de los derechos de todos. Renunciar a decidir de hecho significa lavarse las manos como Pilatos, volviendo la mirada a otra parte para no llamar a las cosas por su nombre.

Siendo pues una situación histórica en la que la sociedad está involucrada, y están involucrados muchos otros aspectos de nuestra vida común, no todo puede ser reducido a la intimidad, el secreto, el misterio de la persona. Es por eso que se debe evitar a toda costa ser hipócritas en nuestras directrices pastorales, abrirse a la verdad que llevan consigo todos los implicados en determinadas situaciones que parecen, a veces, realmente no tener salida. ¿O se deberá exigir heroísmo? Recuerdo que mi profesor de derecho canónico enseñó que el heroísmo no es necesario en la Iglesia, a pesar de que alguien alcance el privilegio de ser llamado al martirio. Pero el martirio es de hecho un regalo de Dios, no el resultado de un gesto heroico realizado por el voluntarismo a ultranza de un ser humano. Y sobre todo cuando este ser humano, incluso bautizado, viene sacando pecho para actuar delante de todo el mundo, desde su altura de perfeccionista  o pietista minucioso a ultranza, y haciéndose pasar por juez arrogante, cruel e inflexible de los demás.

Yo no creo que sea justo, desde una perspectiva cristiana, permitir que cualquier persona nos impida vivir en la libertad de conciencia que se deja formar por la Palabra de Dios en la Iglesia y es lo suficientemente valiente para reclamar públicamente la sencillez de corazón con que se mueve en la generosa acogida del Evangelio "no anteponiendo nada, absolutamente nada, al amor de Cristo".

Los obispos en el sínodo obviamente consideran que todo esto podrá suceder y que, por esta razón, las respuestas no son tan explícitas como se podría esperar. Pero la comunión con la Iglesia y la comunión con Cristo son un todo uno en la medida en que también en la imagen de la Trinidad la unidad nunca se da sin distinción, así como la distinción no se da sin unidad.

Dije antes que Jesús constata, como por ejemplo a propósito de los eunucos, que algunos nacen de esa manera, otros fueron hechos por los hombres, otros hacen una opción libre y personal. Lo que importa no es la situación en la que cada cual se encuentre, sino la respuesta que se de personalmente a esta situación, de lo contrario se vivirá solamente de una nostalgia que no terminará nunca. Basta pensar en un minusválido que tiene conciencia despierta e inteligencia adecuada. ¿Qué debe hacer? ¿Maldecir de la mañana a la noche? Por supuesto que no. Pero, a partir de la situación concreta en que se encuentra - habría sugerido a Jesús - y teniendo en cuenta que, a pesar de todo, como un regalo misterioso impresionante, hecho por el Señor, dar a luz al amor y difundirlo en sí mismo y en torno a él, reconciliándose, a pesar de todo, consigo mismo, con los demás y con Dios y viviendo buscando la felicidad en sentirse amado y en amar.

Me parece que Jesús dice propiamente esto cuando añade: ¡no todo el mundo puede entenderlo! Cualquier situación humana, ya sea de los eunucos en todas sus formas, ya se trate de parejas con todas sus heridas, a menudo extremadamente graves, debe leerse de tal manera que no se niegue que, precisamente en esa situación particular, se esconde un misterioso plan de Dios, por chocante y atroz que pueda parecer a la criatura humana, cuyo objetivo es generar nuevamente amor. Y no sólo en una dirección, ¡sino en los trescientos sesenta grados! ¿Imposible para el hombre? Sí, pero no imposible para Dios. Hay cosas que sólo se pueden aceptar con fe. ¡Pero la fe es un regalo! ¿Y qué? Queda la exigencia de acoger al hombre, por parte del creyente, tal como es, sin negarle nunca la ayuda de una mano amorosa en todas los sentidos.

Esto es lo que he tratado de decir en mi artículo. Alguno me  ha criticado. Ese profesor del Instituto Superior de Ciencias Religiosas en Trieste, mencionado al principio, había incluso señalado que mis suposiciones eran demasiado débiles, porque se basaban únicamente en la Biblia sin tener en cuenta la tradición. Ya lo he dicho: no tenía intención de proponer la historia de la exégesis del pasaje del Evangelio, sino sólo tratar de entenderlo en su contexto. ¡No era mi intención escribir un tratado! Sólo quería solicitar alguna reflexión  más sobre el Nuevo Testamento para echar una mano al magisterio que, como dice el Concilio Vaticano II, no está encima, sino bajo la Palabra de Dios. De ahí la necesidad de conocer mejor el mensaje que el magisterio tiene la tarea de transmitir, con la ayuda de los teólogos y de todos aquellos que guardan y practican la palabra de Dios, en la experiencia que es propia de los creyentes, a todo el pueblo de Dios (cfr. "Dei Verbum", 8) .

En realidad se trata siempre, en estas cosas, de ponerse todos juntos, como Iglesia, en un camino de conversión, o de "hypakoè", de obediencia. ¡Obediencia a la Palabra! La Palabra debe ser interpretada sin duda y sobre todo siguiendo la tradición de los Padres, aquellos que hicieron la hermenéutica de la Palabra, no encerrándose en el simple sentido literal, sino acogiendo el espíritu. De hecho, los padres no tenían la intención de decir algo que no estuviera en armonía con la enseñanza de Jesús. Por esto meditaban día y noche, con temor y temblor, la Palabra de Dios y sobre todo los textos del Nuevo Testamento como el mencionado antes y lo repito ahora: "Si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino".

De las palabras del Nuevo Testamento, los padres llegaron a la conclusión de que, establecido el significado literal del texto, entonces había que construir sobre su significado espiritual, que coincidía con la actualización pastoral del propio texto. Su método de interpretación no se reducía  a la fuerza de la "littera", sino más bien la supone, porque "cardo salutis caro est" - es decir: el quicio de la salvación es la carne - y sin embargo, estaban convencidos de que podíamos entrar en la solidez de la vida eterna, simbolizada por el firmamento estelar, con solo llegar a un acuerdo con el dinamismo de la historia, uno es el mundo uno todo ser humano. De ahí la necesidad de tener en cuenta la dureza de corazón que puede infectar a todo ser humano, sobre la que puede y debe ejercerse un apaciguamiento que permita odiar al pecado y, al mismo tiempo, amar perdidamente al hombre, como Jesús nos enseñó.

Nadie cuestiona la llamada para lograr la solidez perfecta de la vida eterna y sin embargo siento que nunca se puede entender este objetivo tan deseado sin la humildad de un sometimiento a la indulgencia de la ley mosaica, tal como se sometió el que aceptó nacer como mujer y se somete, de hecho, a la ley de Moisés, enseñando a sus discípulos que simplemente actuando como lo hizo él, se realiza hasta el final la voluntad del Padre.

El Concilio Vaticano II enseña que la Iglesia es misterio y los Padres de la Iglesia habían declarado explícitamente: "extra ecclesiam nulla salus". Al decir esto, sin embargo, ¡los Padres de la Iglesia ponían el comienzo de la Iglesia en el primer Adán! Y San Gregorio concluye: "ab Abel sanguine, passio jam coepit Ecclesia", es decir: la pasión en la Iglesia comenzó con la sangre de Abel. Así que ¡los límites de la Iglesia son muy amplios! Y además, siempre San Gregorio Magno, explicaba: "Quanto mundus ad extremitatem ducitur, tanto amplius divinae scientiae adytus largius aperitur", que se traduce como: "Cuanto más el mundo se acerca a sus últimas fronteras se convierte en mucho más amplio conocimiento del proyecto Dios".

Aceptar con humildad y mucha sorpresa, aprender más de los Padres de las generaciones pasadas sobre el mensaje de Jesús puede conducir por lo tanto también a dejarse contagiar totalmente por la alegre experiencia de libertad que les pertenece a aquellos que se sienten hijos de Dios. Y esto, a pesar de que en el pasado un menor conocimiento de la "scientia Dei" hubiera pudiera comportar, para aquellas generaciones, limitaciones que hoy no existen, de lo que nos avergonzamos, y por lo que lloramos amargamente pidiendo perdón a las víctimas de la llamada "buena fe", como recientemente hizo el Papa en el templo de los valdenses en el Piamonte.

¿Fue un malentendido? No, sino simplemente una declaración de hechos, que, de nuevo, fue San Gregorio Magno, cuando descubrió para su sorpresa que "Divina eloquia cum legente crescunt", es decir: la palabra de Dios crece con el crecimiento de la persona que la lee.

A propósito de otras muchas cosas todos debiéramos asumir con la misma libertad interior que crece poco a poco ¡que vamos progresando en el conocimiento más preciso del mensaje del Nuevo Testamento!

Leyendo algunas críticas a mi artículo me siento incluso divertido, cuando me dicen: "¿Pero qué es esta diferencia entre grandes y pequeños, entre los grandes en el Reino de los cielos y los pequeños en el Reino de los cielos? ¡No, no! ¡San Agustín no hablaba así! ¡O dentro o fuera! De hecho, ¡lo dijo San Agustín! Pero nuestro padre Dante, teólogo asimismo (¿o tal vez no, y por qué?), habla de otra manera!

Voy a leerte algunos tercetos del tercer canto del Paraíso de la “Divina Comedia”, donde el poeta se encuentra con Piccarda, haciéndole esta pregunta:

“Pero si bien no sois aquí infelices,
¿no os impulsa hacia lo alto algún deseo,
para ser má́s arriba má́s felices?

A ella y las otras sonreírse veo,
respondiendo después, tan dulce y leda,
como el primer amor en su alboreo:

“Hermano, aquí nuestra voluntad aqueda
virtud de caridad, que a la sed place
tan sólo lo que el cielo nos conceda.

Y que el deseo nunca se ultrapase,
porque en discordia, fuera otra ventura
contraria del querer que todo lo hace;

lucha tal no es posible en esta altura,
que estar en caridad aquí es preciso,
de Dios considerando la natura.

Que esencia de este ser, cual Dios lo quiso,
es no apartarse del divino agrado,
con un solo querer, siempre sumiso;

y así, sembrado de uno en otro grado,
en este reino, todo nos complace,
como al rey que lo tiene decretado.

Su voluntad estar en paz nos hace:
hacia Él, como a la mar todo se mueve,
lo que natura cría, cual le place” (vv. 64-87).

Piccarda se encuentra en la rosa mística, pero en un círculo más alejado del centro, instando a la pregunta adicional del poeta curioso: ¿Por qué estás aquí?

Y aquí está la explicación:

“En el mundo yo fui soror doncella,
y si tu mente mi recuerdo guarda,
no a ti me ocultaré por ser más bella,

pues ya conocerás que soy Piccarda,
que aquí moro con estos bendecidos,
beata como ellos en la esfera tarda” (vv. 46-51).

¡Piccarda entró, pero entre los más pequeños, en el reino de los cielos!

Y añade:

“Nuestros afectos viven encendidos
del Espíritu santo en goce tanto,
en leticia a su arbitrio sometidos.

Y esta suerte que abajo fuera encanto,
dada nos fué por votos claudicantes,
que descuidamos en la tierra un tanto” (vv. 52-57).

Sandro, sentí la necesidad de escribir, porque yo debía una respuesta a mis interlocutores críticos que hacen referencia a tu blog, pero yo siempre estoy disponible para aclarar cualquier otra cosa.

Innocenzo Gargano

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