Las tesis de la discordia protestante


Ha tenido que ser precisamente ahora que se me haya ocurrido leer las 95 tesis que dicen Martín Lutero clavó en la puerta de la capilla del palacio de Wittenberg (donde parece existía la mayor acumulación de reliquias de toda Europa). Aquel gesto fue de suma trascendencia y rompió a la Iglesia en dos, dando origen al Cisma de Occidente: católicos y luteranos. Los fieles a Lutero, los protestantes, llevaron a cabo la Reforma, contestada por parte católica con la Contrarreforma. Desde entonces acá, y, mediante el Concilio de Trento, cada lado permaneció obstinadamente en sus posiciones irreconciliablemente separadas. No en vano ambas orillas del problema se condenaron recíprocamente.
Papa Francisco camina al encuentro de los hermanos separados, y es más que probable que se den circunstancias que exijan, o cuando menos aconsejen, deponer actitudes. Ocurra lo que ocurra ahora, lo de entonces nunca debió suceder. ¿Será demasiado cruenta la reconciliación?
Mientras se oyen ruidos de sable en uno y otro lado, miremos el asunto que lo originó: las 95 tesis de Lutero.
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obran exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la causa desesperación y la seguridad de la salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aun en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, no significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, mas la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo la prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran, sin la intervención del papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
71. Quien habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito.
73. Así como el papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo con cualquier artimaña de venta, en perjuicio de las indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en cuanto concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese papa hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en I Corintios XII.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué el papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el papa y qué participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la iglesia y al papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por lo tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg, 31 de octubre de 1517


Horario de invierno





Levantarme con el sol ya amanecido no me ha compensado de salir de Sanyres con la noche cerrada. El cambio de hora me ha privado de ver amanecer y anochecer. Lo dicho, un desastre.
Los trescientos millones de ahorro estimado, ¡qué son sino unas migajas frente a los veinte mil millones que según las expectativas más pesimistas hemos de recortarnos! Más valía no forzarnos a la oscuridad ya que el futuro está tan negro; con más sol sería más llevadero.
Me resisto a terminar este mes con la tristeza que percibo ahí fuera, en la gente, y con la que me han pegado al alma los políticos de turno. A ello me he afanado esta mañana, con la primera lectura de la liturgia en la mano, del libro de la Sabiduría, pero no he notado entusiasmo. Y eso que estas frases, «24 Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste», «Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. 1 Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas», hablan de y para nosotros.
Menos mal que adiviné algún gesto de alivio cuando aseguré que nadie se va a quedar, ni aquí ni en ninguna otra parte de la Iglesia universal, sin funerales como dios manda, hagan lo que sea con sus restos familiares y allegados.
Lo otro que dije de que el papa está tratando de restañar las heridas con los luteranos y caminar a paso decidido hacía una comunión de hermanos separados, no pareció llamar mínimamente la atención. Si por fin se rehabilita a Lutero, no veo por qué no van a poder entenderse en nuestro país los partidos progresistas.
Si no lo entienden ni se lo proponen, esto va a ser peor que los tiempos de la contrarreforma. Al tiempo.
Y esto me desvela.

Puestas así las cosas…



Mi consejo es que al final ceda. En ese momento preciso en que todos los focos incidirán sobre él, la mirada sostenida, sin vergüenza porque no hay motivo para ello, debiera tras escuchar su propio nombre decir alto y claro “Me abstengo”. Con dos.
Y después se verá. Si hay, saldrá a la luz. Si no, el decurso de los acontecimientos irá clareando el bosque.
No me hacen falta mártires ni profetas degollados. Lo que necesito con urgencia, sin embrollar ni encabronar, es que surja alguien que aglutine, anime y despierte, capitanee y hable en nombre de, de manera que ya se acabe eso de a ver qué nos dicen estos y empiece de verdad a escucharse diáfano y decidido lo que muchas personas, multitud ingente, pensamos y deseamos sea realidad.
… No me sentiría traicionado.

Manipula que algo queda



Apenas me ha llegado la instrucción del cardenal Müller, [Precepto de la Congregación para la Doctrina de la Fe], la he leído de un tirón –son sólo cinco A4– y no salgo de mi asombro. Por varios motivos.
El primero, por los titulares de la prensa: “El Vaticano negará los funerales a aquellos que decidan dispersar sus cenizas”. ¡No es cierto que diga eso!
El segundo, por el contenido mismo del documento, cuyo título en latín es “Ad resurgendum cum Christo”, “Para resucitar con Cristo” en castellano. ¿No parece indicar que puede que no ocurra? Según la fe cristiana, eso sucederá sí o sí.
El tercero, que diga que Francisco Papa ha aprobado este escrito que a simple vista es tan lejano a lo que solemos ver es su estilo y pensamiento.
Hay un cuarto, pero es menos importante, la oportunidad. No hacía falta.
Ni el Vaticano ni la Iglesia ni mi Diócesis, y menos aún, mi parroquia, van a negar los funerales a nadie que lo desee y lo pida. Incluso a quienes ni lo desearon ni lo pidieron, pero sus familiares y allegados lo quieran y así se manifiesten. Pues ¡faltaría más!
En cuanto a la doctrina, nada que decir, no podía ser de otra manera. Pero qué bien vendría un poco de actualización respecto al concepto de ser humano; las personas no somos la suma de un alma y un cuerpo, sino algo más complejo y un todo unitario. Y respecto a los lugares sagrados, cuidadín, cuidadín; ¿no quedamos en que con la muerte y resurrección de Jesús el velo del templo se rasgó de arriba abajo, dejando el “sancta sanctorum” abierto a la naturaleza exterior? Somos las personas quienes consagramos los lugares y los momentos cuando estamos comunicándonos con la Divinidad. Y viceversa. Cualquier lugar y momento es válido. Nada está sustraído a esta conexión.
Otra cosa bien distinta es ir tirando por ahí ceniza como quien espolvorea los rosales y las vides con fitosanitarios. O trocear al finado, como si fuera un souvenir a compartir entre todos los deudos. Y en lugares donde el cemento ya lo domina todo y no tenemos espacio ni para aparcar el patinete, la cremación debería estar especialmente indicada. Item más, somos transeúntes por naturaleza, pero mucho más en estos tiempos, y morirnos puede acaecer en casa o a miles de kilómetros. Más higiénico, más económico, más social y mucho más práctico es traernos en una pequeña cajita, que se mete en cualquier bolsillo.
Mucho me extraña que Francisco sólo haya dado su visto bueno sin añadir alguna indicación. Estoy por asegurar que más pronto que tarde dirá algo. No puede dejar al personal, que está algo alarmado, con esa opresión en el pecho.
En suma, considero que es un documento extemporáneo, que nadie esperaba, que nada aporta, y que muy poquita gente va a tener en cuenta. Seguro que no ocupará ningún estante importante en la gran biblioteca de la doctrina de la Iglesia.

Engaño en diferido



¿Para qué voté a Pedro Sánchez si es otro ahora el que decide?
Esto de la democracia formal es muy curioso. Votes lo que votes, el resultado será el que se decida. ¿Por quién? Se verá.
Confieso que me siento profundamente estafado. Si fuera militante, rompería el carné. Como no lo soy, no tengo nada que triturar. Hago, voy a hacer, lo único que está en mi mano: De simpatizante paso a displicente.
En adelante me cuidaré bien, lo mejor que pueda, de las soflamas y promesa; voy a estudiar a Max Weber para entender qué es ética de la convicción y qué la ética de la responsabilidad; volveré a Santo Tomás para profundizar en su pensamiento sobre el comportamiento humano y sus consecuencias; y, lejos de volverme autista, permaneceré atento a la realidad y responsable de mi voto.

¿Orgullo o prejuicio?



No fui el único, ni el primer sorprendido con el anuncio de la concesión del nobel de literatura a Bob Dylan. Creo que todos los medios informativos y de opinión dedicaron espacio para defensores y opositores. Y no fueron muchos más de una parte que de otra. Yo diría: empate técnico. No obstante, entre quienes más parece se congratularon figuran altas dignidades y nombres de postín. ¡Hasta el Vaticano se alegró!
No puedo analizar al detalle, porque mi ignorancia sobre esto es asaz supina, quienes no encajaron el premio para el personaje en cuestión. Pero sí puede constatar que se expresaron con rotundidad.
En este tinglado de cosas, me viene a la memoria el reconocimiento oficial que la corona inglesa concedió a The Beatles. Ellos, los cuatro, se dejaron domesticar y desde entonces pasaron a ser lores. O lo que fuera.
El silencio en que permanece Dylan me hace sospechar que no está nada cómodo con el dictamen de la academia sueca. Si así fuera, me gustaría saber de qué manera, con qué palabras y gestos, decline tal galardón. Porque no me cabe en el pensamiento, no digo en la cabeza, que fuera a hacerlo en términos gruesos.
Lo cortés no quita lo valiente.

Deshojando una margarita



Me quiere, no me quiere; sí, no; blanco, negro; le beso, le pateo; hablo sin tapujos, me abstengo vergonzante…
Esto es un sinvivir. No hay más que mirar la cara de la Merkel para comprobarlo; se le quedó el gesto congelado, con las manos abiertas sin decidirse a abrazar o a estrangular a quien a su derecha se había expresado tan diáfana y escuetamente sobre su señora esposa: ¡su lugar es la cocina, y punto!
Cuanto más sobriamente se exprese una persona, mejor se la entiende; y todos y todas descansamos.
Pero esto de estar quitando pétalos a una flor lleva al desastre. No podemos estar siempre en el dilema, peligrosa hoja de cuchilla es el filo de la navaja de Ockam; hay que decantarse por uno de los lados, o dejarnos abrir en canal.
Como anoche, por ejemplo. Es posible que alguien se pasara el rato sin terminar de decidirse si la primera o la sexta, esperando la llegada de Morfeo. La mayoría optó por triunfo y la minoría por salvados. Es lo que hay. No vale darle más vueltas al asunto.
Sé de alguien que no salió del cuarto de baño. Así que no vio nada sentado en la taza del retrete.
¡Qué arduo resulta vencer un dilema! Es de agradecer que Alejandro Magno no picara; de un solo tajo resolvió el problema. Los nudos gordianos son para quienes viven en el lujo de tener tiempo que perder.
Alejandro Magno cortando el nudo gordiano, de Jean-Simon Berthélemy (1743 - 1811).
École des Beaux-Arts de París.


Calabazas



De todos los acontecimientos actuales o pasados que coinciden en este día de hoy, me ha sorprendido, y gratamente, la noticia de que un señor de Huesca haya conseguido una calabaza de 631,6 kilos, superando el record anterior en la no despreciable medida de 142,6 kgs. Tal pedazo de cucurbitácea rompe los moldes de lo que yo acostumbro a conocer. ¡Menuda purrusalda!, que diría mi querida y añorada Margarita.
De pequeño conocí aquellas calabazas con estrechez hacia la mitad y dos desiguales abultamientos con un orificio en el superior, que en mi pueblo se usaban para el agua o el vino, a falta o en lugar del botijo y el porrón, que costaban y no se daban en el campo. Luego, en el cole, calabazas eran las malas notas. Y más tarde, los nones de las niñas hacia los niños. Ahora disfruto de ellas haciéndolas pasar por la cocina y comiendo.
Pero una supercalabaza de más de media tonelada son palabras mayores, eso es un calabazón. La nota periodística explica que el hortelano lleva tiempo haciendo componendas con las semillas, y que una parte de la combinación procede de los estados unidos. Ahí debe estar la madre del cornero. Por estas tierras no se conocían tales tamaños. También emplea tiempo y dedicación; pero eso ya se supone, porque este terruño nuestro es duro e ingrato, y no suele soltar prenda sin esfuerzo. Lo saben nuestros campesinos, ahora hay que llamarlos agricultores, que siguen trabajando de sol a sol, como siempre, aunque cómodamente sentados y elegantemente vestidos.
A la vista de los últimos acontecimientos, hay otra acepción de calabaza que se pone de actualidad: cabeza hueca, huera o vacía.
Cuando tío Fernando quería indicar que yo había actuado insensatamente me espetaba: ¡melón!
Visto lo visto, lo de menos es esa calabaza de tamaño colosal que se puede conseguir, al fin y al cabo, con dedicación y manejando hábilmente la genética. Lo verdaderamente complicado es convertir el territorio nacional en melonar sin que salgan pepinos a mansalva. Y eso está por ver.

Yo también tengo una cucurbitácea, regalo de alguien bien intencionado. Estoy dándole vueltas cual pueda ser su utilidad. De momento ahí la tengo de adorno. Ella también está a la espera de una oportunidad.

¡El que nunca soñaba!



Atardecer en Castilla

He sido contumaz en afirmar que nunca sueño mientras duermo. Si a caso, despierto. Y muchas personas me han rebatido diciéndome que eso es imposible, que todos soñamos en la cama o donde quiera que echemos una cabezadilla.
Pues, hete aquí que llevo unos cuantos días despertándome tras una pesadilla. Al pronto lo recuerdo todo, pero, a la vuelta del nuevo día todo se ha borrado, no consigo recomponer lo soñado, ni siquiera unas hilazas.
Viejo edificio de El Cristo del Caloco, Segovia
Claro que también vengo soportando unas jornadas como en suspenso, con la sensación de estar asistiendo en vivo y en directo a un devenir del que no siendo del todo extraño contemplo desde fuera y tal que simple espectador. Es verdad que muchas cosas ignoro y me llegan con sorpresa, y entiendo que es mi responsabilidad haber estado tanto tiempo desentendido de ellas, no queriendo saber, no investigando, no reconociendo…
¡Que viene el lobo! ha sido para mí un aviso desatendido. En demasía. Ya está aquí, no ha llegado de repente, simplemente invisible a mis ojos, encamado tras los repliegues de la realidad.
Cristo de San Damián
Eso le pasó a Francisco, que conocía de sobra aquella pequeña ermita de San Damian, desmejorada por el paso del tiempo y la desidia humana, donde se recluía con frecuencia para orar. Si fue sueño o pesadilla, el caso es que dicen que, en cuanto pudo, volvió con afán y herramientas reconstructoras a poner el edificio en condiciones. «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala», creyó oír ante, o desde, el viejo crucifijo.
El de Asís, sin embargo, no parece diera mayor importancia a aquel suceso, de tal manera que en su Testamento sólo se refiere a que Dios intervino decididamente en su vida: «El Señor me condujo en medio de los leprosos... El Señor me dio una fe tal en las iglesias... El Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio» (Test 2. 4. 14).
No fueron los sueños, sino la realidad vivida en toda su crudeza la que puso en movimiento a Francisco de Asís. No vivió suspendido y levitando, sino con los pies bien asentados en el suelo. La constancia en la contemplación del icono de Cristo luminoso y en la observación de la vida y sus circunstancias, fue lo determinante para este santo cuya fiesta celebramos hoy.
¿Soñador? Vivir con los ojos abiertos, esa es la verdadera pesadilla.

Todito te lo perdono


20 de junio de 2011

Eres un perro fiel. Aún no has manifestado querer cambiar de casa.
Eres fiel a tus principios. Lo primero es comer y dormir, lo segundo seguir rastros. Aunque no lo tengo del todo claro, y puede que sea justo al revés, antes lo segundo que lo primero.
Eres fiel a tus costumbres. Eres del todo previsible: si vas suelto, te pierdes; si atado, me haces polvo las rodillas.
Eres también maniático, o sea fiel, con los gatos: ver uno y echar a correr tras él es una y única acción.
En ti la nobleza brilla por su ausencia. En eso también eres firme y rotundo. Si te despierto a deshora, me tiras el bocado.
Zalamero cuando algo te interesa, tengo las espinillas doloridas de lo mucho que las frotas y los brazos arañados por tus garras.
Desatiendes fiel y sistemáticamente a mi llamada. No sé por qué, en lugar de decirte ¡ven!, no te grito ¡vete!; tal vez de esa manera acierte.
Persistente en tu pretensión de constituir una república independiente por y para ti mismo, cada vez que has logrado saltarte los límites, –suficientemente laxos, tienes que reconocer–, que una convivencia mínima requiere, has sufrido en propias carnes tus desvaríos: pérdida de una uña en la pata derecha, infección por parvovirosis atrapada vete tú a saber dónde, elongación del tercer párpado en tu ojo izquierdo, absceso pertinaz en tu costado derecho por hacer el bruto, mordedura en la oreja izquierda al malencararte con otro perro… La cuenta sigue abierta, como ser apresado por personas extrañas y de modos no siempre agradables cuantas veces te has ido y has deambulado como perro perdido y sin collar, o haberte pasado quince días en el corral durmiendo al raso.
14 de noviembre de 2009
Siete años no han sido suficientes para entrar en razón. Tranquilo, no pasa nada. Seguiré ejerciendo sobre ti el control que requiera tu comportamiento y que esté en mi mano, no demasiado rígida a la vista de lo expuesto.
Sabes que mi perdón lo tienes, y como castigo sólo está la correa de seguridad que te sujeta la cabeza. Si no fueras tan burro no sería necesaria cabezada.
30 de septiembre de 2016

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